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Fernanda Ramirez

Así va la guerra de las farmacéuticas por la vacuna contra COVID-19

En total hay 100 posibles vacunas en desarrollo, pero sólo una ha pasado las pruebas clínicas con éxito.

Detrás de las curvas de contagios, los hospitales saturados y las historias de terror de cada enfermo de COVID-19, hay una guerra comercial entre los laboratorios farmacéuticos por conseguir una vacuna que suprima al SARS-CoV-2. 

Hay epidemiólogos que consideran inevitable un contagio a gran escala. De esta manera, dicen, se lograría una inmunidad colectiva hacia la enfermedad. La desventaja sería la enorme cantidad de fallecimientos que se producirían, ya que estamos ante un virus desconocido y con altas probabilidades de mutar e, incluso, ser más mortal. 

Por eso la carrera para crear una vacuna avanza a pasos agigantados. En total hay 100 posibles vacunas en desarrollo, pero sólo una ha pasado las pruebas clínicas con éxito. Me refiero a la vacuna en la que se encuentran trabajando científicos rusos de la Universidad de Sechenov en alianza con el Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología N. F. Gamaleya. Rusia, como siempre, tomando la delantera en los grandes avances tecnológicos y científicos de la humanidad. 

Los otros que luchan por llegar a una vacuna eficaz son los chinos. Sinovac Biotech es la farmacéutica encargada de desarrollarla. Se trata de la tercera vacuna del mundo que ingresa a la última etapa de las pruebas clínicas, aunque todavía no logra pasar con éxito el test clínico, como sí lo hizo su símil en Rusia. 

En el gigante asiático están convencidos de que crear una vacuna verdaderamente eficaz podría llevar hasta 15 años. Una eternidad si se toma en cuenta que cada minuto muere una persona por COVID-19 en los países con mayor cantidad de contagios, como Estados Unidos o Brasil. 

Por eso en Europa también se han sumado a la carrera. Y son los ingleses los que más se han involucrado.  La vacuna a la que más le han apostado es a una que está desarrollando la Universidad de Oxford en conjunto con AstraZeneca, una de las cinco mayores farmacéuticas del mundo y la cual opera en más de 100 países. De hecho, ya se firmó un contrato para proporcionar 400 millones de dosis a cuatro países europeos a finales de 2020. 

En Alemania también hay avances importantes, principalmente aquellos que lidera la biofarmacéutica CureVac, cuyos laboratorios tienen apenas 20 años de vida. Lo realmente importante de esta vacuna es que está siendo creada en biofábricas que fueron desarrolladas por otro gigante de la industria tecnológica: Tesla. 

Sin embargo, la vacuna que más ha ilusionado a los médicos es la que está creando Estados Unidos en alianza con Alemania a través de sus dos grandes farmacéuticas: Pfizer y BioNTech, respectivamente. En realidad, se trata de dos vacunas experimentales que ya obtuvieron un “permiso express” de parte del gobierno estadounidense para que pueda ser aplicada en voluntarios. El estatus de “vía rápida” garantiza una aceleración de la revisión de nuevos fármacos que muestran potencial para lidiar con necesidades médicas. 

Y finalmente está también la vacuna desarrollada por la biofarmacéutica Cansino Biological, que tiene sus bases en Canadá y China. Esta sustancia fue creada con base en un adenovirus al que mucha gente es inmune. Los primeros en probar esta vacuna serán los soldados chinos. “Las pruebas confirmaron la buena seguridad de la vacuna, así como su alta inmunidad y un adecuado nivel de respuesta inmune celular. Los resultados continuos de las pruebas muestran que la vacuna Ad5-nCoV tiene potencial para prevenir enfermedades causadas por el SARS-CoV-2”, señaló CanSino Biologics en un comunicado. 

Ante esta guerra comercial por conseguir una vacuna contra el virus que mantiene confinado al mundo, lo único que nos resta es esperar y aprender a vivir con el virus, aunque esto, paradójicamente, signifique también aprender a convivir con nuevas formas de moralidad. 

La pregunta es: si logramos diseñar una vacuna eficaz, ¿quiénes tendrán acceso a ella? ¿Qué tan elevado será su costo? ¿Los gobiernos la adquirirían para repartirla equitativamente entre la población? ¿La vacuna sería patentada y, con ello, sometida al efecto oferta-demanda? ¿Sólo los más ricos podrían adquirirla? ¿Los pobres seguirán siendo los más maltratados por el coronavirus?

Ojalá que la ética y la solidaridad estén siempre por encima del capitalismo voraz. 

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