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Karina Ortiz
Karina Ortiz

Balenciaga y el delgado límite entre la disrupción y el mal gusto

¿Hasta dónde las marcas pueden correr los límites de lo moralmente aceptable en pos de ser disruptivas? Balenciaga es la prueba de que la frase, “no importa si hablan bien o mal de mí, lo importante es que hablen” ya no cabe en un mundo que exige a las empresas más compromiso que originalidad. El recurso de ir más allá de la zona de confort es clave y cada vez más necesario, pero hacerlo generando incomodidad no es el camino.

Pero vayamos al punto. Hace varios días que todos venimos hablando de la campaña navideña de Balenciaga donde se puede ver a varios niños con accesorios y objetos de BDSM (sadomasoquismo), como arneses y cadenas que hacen referencia a la estética bondage. Y las críticas por sexualizar a menores de edad y promover la pedofilia, no tardaron en llegar.


El resultado fue que la escandalosa campaña generó repudio mundial, las redes sociales ardieron y rápidamente se volvió tendencia en Twitter. Con este escenario, la  marca salió a pedir disculpas públicas en sus historias de Instagram retirando las fotos que ya son virales.

 

“Nos disculpamos sinceramente por cualquier ofensa que nuestra campaña navideña pueda haber causado (…) Hemos eliminado inmediatamente la campaña de todas las plataformas”, escribió Balenciaga. Y agregó:  “Nos tomamos este asunto muy en serio y estamos tomando acciones legales contra las partes responsables de crear el set e incluir elementos no aprobados para nuestra sesión de fotos (…) Condenamos enérgicamente el abuso de niños en cualquier forma. Defendemos la seguridad y el bienestar de los niños”. Y acá hago un punto y aparte.

 

“…estamos tomando acciones legales contra las partes responsables de crear el set e incluir elementos no aprobados para nuestra sesión de fotos…” ¿De verdad? ¿La culpa es de otro? En campañas de este tipo y sobre todo de marcas de esta magnitud hay muchos filtros que pasar, demasiada gente involucrada, es decir, alguien la pensó, otro la aprobó, otra hizo el casting de esos chicos, otro sacó las fotos, y puedo seguir enumerando. ¿A nadie le pareció raro, cómo mínimo? No hubo una persona que se diera cuenta que esto más que disruptivo era desagradable, irrespetuoso e incluso cruel, ¿nadie?

 

No es la primera vez que Balenciaga, propiedad del conglomerado de lujo Kering, se ve inmersa en una controversia de proporciones internacionales. Este año, la firma fue muy cuestionada por poner a la venta una tote bag que simula ser una bolsa de basura a un valor de 1.790 dólares y una colección limitada de zapatillas rotas y gastadas de la que hablé en otra columna anterior.

 

Abundan los materiales, y me incluyo, de quienes hablamos de cómo ha cambiado el mindset del consumidor, sus nuevas formas de vincularse con las marcas, de elegir y qué cosas tener en cuenta a la hora de comprar. Sin embargo, Balenciaga es valorada por los usuarios entonces cabe preguntarse, ¿cuál es el punto de encuentro en el que nos identificamos cuando elegimos este tipo de marcas? ¿Qué les estamos exigiendo a las marcas cuando les pedimos que tomen posición sobre temas que son cruciales para la agenda mundial?

 

Según algunos estudios, cuando se cancela o se le hace un boicot a una marca porque como decimos en mi país “se mandó cualquiera”, lo primero que se espera es que pidan disculpas públicas. Balenciaga lo hizo, ¿pero alcanza? Permítanme dudar porque no creo que se disculpen conscientes del error garrafal que cometieron, se disculpan porque las redes ardieron y los dejaron en evidencia.

 

Actualmente, el perfil de Instagram de Balenciaga no contiene ninguna publicación en su feed, solo historias destacadas con statements sobre la campaña. Es habitual que eliminen sus fotos de esta red, es parte de su impronta provocadora fiel a la conocida frase de Oscar Wilde, “hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti”, pero quedó claro que no es por ahí. Hoy es Balenciaga, porque se hizo viral, pero que el árbol no nos tape el bosque son muchas las que se equivocan (y muy feo) y son tan o más conocidas.

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