El líder del Kremlin no ha mostrado hasta ahora ninguna intención de finalizar las hostilidades en Ucrania y tampoco contempla un alto al fuego. En tanto, Trump envió dos submarinos nucleares a puntos cercanos a Rusia, aumentando así sus presiones para que la guerra finalice. Ambas posturas y narrativas tienen al mundo tensionado y confuso.
A la llegada de Trump a su segundo mandato, las relaciones entre ambos estadistas tomaron una buena dirección. Se hablaba incluso de sostener una cumbre para negociar los temas geopolíticos urgentes. Sin embargo, ante las negativas de Putin de abandonar el frente ucraniano, la frustración americana ha surgido con fuerza, llevando a Trump a declarar que los últimos ataques de Rusia son repugnantes y vergonzosos y ha puesto un plazo de diez días —que, por cierto, vence este fin de semana— para que Putin ponga punto final a la guerra. La semana próxima habrá novedades.
En el mundo de la geopolítica, el cabildeo es una de las herramientas insustituibles para la solución de conflictos y, en este caso, es una ventana que se abre para evitar que el conflicto escale y se descontrole. De aquí que el rol que desempeña Steve Witkoff, el enviado de Trump a Moscú para cabildear previamente estos temas, y quien sostuvo recientemente una reunión de tres horas con Vladimir Putin, puede resultar clave para distender el conflicto.
Antes de la cumbre, repasemos las condiciones que Putin pone en la mesa de negociación para avanzar en serio en este conflicto que lleva tres años:
a) El líder soviético exige que Ucrania renuncie a la OTAN y reconozca la soberanía rusa sobre territorios ocupados (Crimea y partes de la zona de Donbás). Además, pide levantar las sanciones occidentales. Ante esta petición, Ucrania y sus aliados rechazan la exigencia.
b) Detener ataques aéreos (drones y misiles) de manera temporal.
En tanto, las posturas del presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, sobre el conflicto se centran en rechazar cualquier acuerdo de paz que no implique compromisos reales, como los de detener los ataques a la infraestructura civil y respetar los principios de soberanía. Para el líder ucraniano, es imperioso estar en la cumbre que ya se cocina en el Kremlin y la Casa Blanca.
Por estos días se cumplen 80 años del estallido nuclear en Hiroshima y Nagasaki, acontecido en 1945, y aún gravitan en nuestras mentes las dramáticas escenas provocadas por las altas temperaturas causadas por la explosión. Esto debe bastar para que los líderes actuales se alejen de cualquier plan que pueda no solo destruir una ciudad, sino al mundo entero.
Esperemos que estos antecedentes inhiban cualquier afán bélico superior.
Nos encontraremos más adelante.
Federico Torres López.