He visto muchas tendencias en la música ir y venir. He visto nacer leyendas que iniciaron en un garage y otros que han muerto por excesos o divididos por diferencias entre sus integrantes. Pero nada me había preparado para el fenómeno de The Velvet Sundown.
Como fanático del rock desde que descubrí, muy pequeño en casa, a Cat Stevens, Chicago, Procol Harum, The Beatles, Grand Funk Railroad, Queen o a The Knack, sé que la música auténtica no se mide solo en beats por minuto, sino en “algo” que se te va metiendo en el alma.
Así que cuando conocí el fenómeno The Velvet Sundown —una banda estilo rock psicodélico/folk, como una mezcla entre Crosby, Stills, Nash & Young y The Eagles, completamente generada por IA, que hoy acumula más de 2 millones 300 mil reproducciones en Spotify con su sencillo Dust on the Wind, y tantos de miles con sus otras canciones— no podía más que sentir algo “rarito”.
Millones de reproducciones. Números dignos de un fenómeno… pero ¿de qué valor artístico estamos hablando si no existe creador humano tras el sonido?
Este experimento digital, que incluso llegó a posicionarse como número 1 en charts virales de Reino Unido, Noruega y Suecia, no fue casualidad. Se logró gracias al algoritmo, al control de playlists y a la falta de filtros que diferencien contenido genuino del artificial. Mientras Deezer y algunos medios ya advierten que los temas son generados por IA, lo que está en juego es mucho más que una curiosidad: es una llamada de atención sobre la devaluación del trabajo humano, sobre cómo se puede despojar a la música de su esencia emocional y sobre una industria donde el artista real se está volviendo invisible.
En un mercado dominado por prosumidores que participan activamente, que comentan, que crean reseñas, que quieren personalización, autenticidad e historias humanas, el surgimiento de una banda sin rostro significa una contradicción que duele. Estos oyentes saben lo que quieren: conexión, experiencia, cercanía.
¿Por qué duele más cuando The Velvet Sundown suena como banda, pero no transmite nada real? Porque la música nació para comunicar, para compartir fortalezas y debilidades humanas. Cuando la despersonalización avanza como “gorda en tobogán” (perdón por la referencia), lo emocional de lo que escuchamos se vacía. Nos queda algo sin historia, sin pasión.
Los “beneficios” de este tipo de modelo en el mercado de la música, desde un punto de vista solo empresarial, dan miedo:
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Costo cero de talento: No hay anticipos, ni contratos, ni disputas.
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Escalabilidad infinita: Pueden producir un álbum por semana si se les pega la gana, respondiendo en tiempo real a las tendencias del mercado (The Velvet Sundown ya tiene 3 discos nada más en este año).
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Control total de la marca: El “artista” no tendrá escándalos, no envejecerá y siempre comunicará el mensaje deseado.
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Licencias simplificadas: La música para anuncios, películas y videojuegos se puede generar “a la carta”, sin complicadas negociaciones de derechos.
El impacto en el marketing es lógico. Pasamos de un marketing centrado en la personalidad y la historia del artista (el modelo Taylor Swift) a un marketing puramente conceptual. La campaña de The Velvet Sundown se basó en el misterio, en la calidad del “producto”, no en sus creadores. Esto abre la puerta a estrategias donde la narrativa es completa ficción, fabricada para aumentar el engagement sin el complicado “factor humano”.
Con mi lado publicista, lo pienso así: una marca musical (o cualquier otro negocio) gana cuando tiene un relato sincero, un rostro reconocible, una vulnerabilidad que empatiza. The Velvet Sundown es viralidad, pero no es marca que enamora. Solo retiene atención de manera temporal, mientras que el artista humano construye comunidad y legado.
Pensemos en bandas como Radiohead o Pink Floyd: no solo vendieron discos, construyeron universos. Su voz era colectiva y auténtica. Eran marcas emocionales, no entidades programadas.
Y el problema no es solo creativo. Es económico, estratégico y ético: la industria musical debe adaptarse. ¿Qué podríamos considerar?
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Revalorizar la autenticidad como diferenciación de marca
Las marcas musicales humanas deben reenfocar su comunicación en atributos únicos que no puede replicar un algoritmo: historias reales, procesos creativos auténticos, emociones no simuladas. En el marketing musical, el “storytelling humano” debe ser reposicionado como ventaja competitiva. -
Exigir etiquetado claro de música generada por IA
Así como en los alimentos existe la obligación de declarar los ingredientes, la industria debe presionar para que el contenido generado con inteligencia artificial sea etiquetado como tal en las plataformas de streaming, permitiendo una experiencia informada al usuario. -
Apostar por estrategias de comunidad, no solo de contenido
Más allá de generar canciones, los artistas deben construir ambientes de conexión: lives, contenido behind the scenes, meet & greets digitales. El marketing debe migrar de la simple difusión al desarrollo de pertenencia. -
Diversificar los canales de ingreso del artista humano
Con las regalías minimizadas, las marcas personales deben diversificar: desde merchandising exclusivo hasta experiencias presenciales y colaboraciones con marcas que deseen alinear sus valores con lo humano, lo creativo y lo auténtico. -
Integrar la IA como herramienta, no como reemplazo
Producir demos, afinar mezclas, analizar tendencias de escucha… todo puede ser apoyado por IA. Pero el producto final debe ser emocionalmente dirigido por humanos. La narrativa de marketing debe reforzar ese mensaje: “esto lo hizo una persona con historia, no un algoritmo”. -
Alianzas con plataformas responsables
Las bandas, disqueras, agencias y los artistas deben crear alianzas con plataformas de streaming que transparenten sus modelos de negocio, que promuevan nuevos artistas humanos y que actúen con responsabilidad ética en el uso de IA musical. -
Humanizar aún más los lanzamientos
Incluir en las campañas de lanzamiento testimonios, motivaciones personales del artista, conexión emocional con el proceso creativo y mensajes directos del autor. Esto fortalece el vínculo afectivo entre el creador y el oyente, algo que un bot no puede replicar.
Como aficionado al rock, sé que la grandeza del género no radica en la perfección técnica, sino en la imperfección humana. Se basa en la voz quebrada de Kurt Cobain, en el error intencional de un solo de Jimmy Page, en el desgarro de Janis Joplin. Es la historia detrás de la canción, el dolor, la rebelión. Es el alma.
Y todo eso, aunque sea “antisistema”, también vende.