
Ahora que acaba de pasar el dĂa de la mujer, fecha tan mal entendida y que desata tantos debates sobre si se celebra algo o más bien nos recuerda que seguimos trabajando por la equidad de gĂ©nero, sĂ, que es un camino del que aĂşn nos falta un montĂłn por recorrer. AsĂ es, soy feminista y me ofenden las frases de “la mujer es lo más lindo, etc.”.
En medio de tendencias, posturas y nuevos modos de asumir esta existencia, muchas veces radicales, una cultura urbana que me llama particularmente la atención es el freeganismo. Sobre todo porque no es una alternativa únicamente de jóvenes hippies decepcionados del sistema económico, como sucedió tras la revolución industrial, sino que hoy se están convertido en freeganos, todo tipo de personajes que no aguantan más el aplastante poder del dios dinero.
Sigue despertando en mĂ una enorme curiosidad el despliegue de aplicaciones y servicios tecnolĂłgicos y digitales que delatan la profunda soledad en la que nos encontramos todos. No me enternecen las propuestas que ofrecen para la venta abrazos, sexo y compañĂa; más bien me alarma ver cĂłmo la evoluciĂłn digital se está clavando en resolver vacĂos que cada vez se ahondan más en nosotros.
Siguiendo con temas altruistas, y bonitos, como el de los bancos de tiempo, acerca de los cuales escribà hace poco en este espacio, entusiasma ver cómo la conectividad también nos regresa a la esencia de colaboración entre las personas. Me refiero al concepto de repair cafés, cada vez más extendido en el mundo gracias a la digitalidad.
Que su respuesta fue seria, que quizás no le gustĂł lo que se le dijo, que contestĂł como enojada, que no sĂ© por quĂ© me responde asĂ, que con esa ortografĂa ya no quiero con Ă©l… En fin, ahora que nos comunicamos más por chat que cara a cara, lo cierto es que estamos hechos bolas con el modo como leemos y entendemos (sĂ es que entendemos) muchos de los chats. Se han establecido, tácitamente y para algunos, ciertos cĂłdigos y ya nos los apropiamos de tal manera que, seguro, interpretamos mal al otro y el otro a nosotros.
Aunque sin duda pertenezco al grupo de los grinch de la navidad, resulta casi imposible evitar del todo que la mercadotecnia navideña me roce la piel. Al menos me sirve para reflexionar y hacerles estos 8 regalos “anti-digitales” a quienes generosamente me han leĂdo durante el año
Cada dĂa más, nuestras vidas cotidianas están apoyadas, asesoradas o dependen de aplicaciones mĂłviles. La velocidad con la que aparecen nuevas en el mercado es alucinante y su mercadotecnia se riega como agua de rĂo para que en cuestiĂłn de minutos ya estĂ© bajada en miles y miles de telĂ©fonos. La fuerza del asunto es tan impactante que incluso ya el desarrollo de aplicaciones digitales es una carrera que se puede estudiar.
Esta Ă©poca de teclados, likes, perfiles, videos, matchs y palomitas de recibido replantea por completo hasta el más mĂnimo detalle de nuestras formas de ser, vivir, relacionarnos, enamorarnos y hasta de sufrir. El whatsapp controla nuestras relaciones y aparecen nuevos cĂłdigos con los que hay que aprender a lidiar.
Las redes sociales, o más bien Papá Facebook, cada dĂa tiene más que ver con más aspectos de nuestra existencia. Es que tener a media humanidad pegada a sus muros es cosa seria. En Facebook –que acapara 90% de toda la audiencia digital- trabajamos, vendemos, compramos, se mantienen las amistades, se expone al mundo nuestra vida y, ese es mi caso, nos informamos.
Tanto hablar de whatsapp, de Facebook, de nuevas aplicaciones, de relaciones rotas por la virtualidad, de lo adictos que somos a las nuevas comunicaciones, de
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