Las empresas no pueden estar ajenas a lo que está sucediendo en su entorno. Y deberían operar nunca olvídandose de sus valores y filosofía. La pregunta es: ¿vale la pena perder ventas o usuarios por ello? De entrada, yo diría que si.
Han pasado ya 50 días desde el inicio de la invasión de Rusia a Ucrania. Hasta el momento en el que escribo esta columna, ya hay al menos 40 mil muertos, más de 2 mil heridos, están perdidas al menos 400 personas y, dramáticamente, hay más de 11 mil desplazados.
Y parece ser que la agenda de los medios, por lo menos aquí en México, ya no está tan dirigida al acontecimiento bélico. Probablemente con mucha razón, porque también tenemos nuestros problemas locales, entre “batallitas políticas”, desapariciones forzadas no aceptadas y la violencia generalizada en el país parece que tenemos de sobra en cuanto a malas noticias.
Pero en cuanto a lo que nos compete aquí, que es el mundo de la mercadotecnia y los medios, independientemente del rechazo a actos violentos como éstos, no podemos evitar mencionar las consecuencias del conflicto bélico en empresas y marcas conocidas, su compromiso como organización y su efecto en sus usuarios y consumidores.
Por ejemplo, las acciones ya conocidas por todos nosotros que han llevado a cabo diferentes gobiernos afines a Ucrania y que afectan inclusive a grandes empresarios rusos, como es el caso del oligarca ruso Roman Abramovich, ya independiente del reciente derrotado club de fútbol Chelsea, de donde fue expulsado por parte de la Premier League Inglesa como propietario del equipo, y a quien recientemente le congelaron activos por un valor arriba de 7 mil millones de dólares en la isla de Jersey, un territorio de la Corona británica en el canal de la Mancha y que, aunque el millonario se ha involucrado en las últimas semanas en negociaciones de paz entre Rusia y Ucrania (le conviene) le siguen sancionando e investigando las autoridades británicas.
O los casos de empresas internacionales establecidas en Rusia (o por lo menos relacionadas con el país) y que han alzado la voz en protesta y desafiliandose o desmarcándose de actividades comerciales en ese lugar como medida de presión o como una expresión de desacuerdo a su invasión en Ucrania.
Una de estas empresas es Netflix, quien desde inicios de marzo pasado suspendió todas sus operaciones en Rusia por la guerra mencionada, sumándose a otras empresas como Apple, Microsoft, Inditex y Mastercard y medios digitales como TikTok y Spotify entre muchas otras, después de haber lanzado su servicio local en ruso hace más de 1 año y dejando a casi 1 millón de suscriptores sin el servicio (que en realidad no era tan significativo en porcentaje si consideramos que tiene más de 222 millones de suscriptores a nivel mundial), y aunque ya tenían contemplados cuatro proyectos originales en ruso, como la serie “Anna K”, basada en la novela “Anna Karenina” y “Zato”, una producción ambientada en tiempos de la caída de la Unión Soviética, que al final quedaron suspendidos.
De cualquier manera, Netflix ya tenía algunos roces con las autoridades rusas, pues la compañía de streaming no estaba en la disposición de cumplir con la nueva ley audiovisual de Rusia, ya que le obligaba a incluir 20 canales públicos para poder operar en el país y de esta manera le imponía la difusión de contenidos de medios afiliados al Kremlin controlados por el gobierno de Vladimir Putin como Channel One, la cadena NTV y el canal de la Iglesia Ortodoxa.
Pero esto no paró ahí.
Ahora, los usuarios Rusos de Netflix lanzan una demanda colectiva presentada en el tribunal de Jamovnicheski de Moscú contra Netflix por abandonar el mercado de ese país y le exigen 60 millones de rublos (arriba de 14 millones de pesos) en compensación.
Los quejosos están representados por el bufete de abogados Chernishov, Lukoianov & Partners y ponen como motivo de la demanda la violación de sus derechos como usuarios debido a la negativa unilateral de Netflix a prestar servicios en Rusia.
O sea, ¿a fuerza y aunque no quieras Netflix?
Hasta el momento la empresa de streaming no ha dado una respuesta a esta demanda, aunque ya con su salida y con la negativa de cumplir con la ley audiovisual rusa ya ha dicho mucho desde un inicio.
Aquí, aparte de las decisiones particulares de empresas, tendríamos que pensar en la conveniencia de quedarse a operar en un mercado que no comulgue con la filosofía o los valores de la marca. Habrá quien piense que, una vez que termine el conflicto, después de mucho tiempo y de las graves consecuencias humanas que desgraciadamente suceden y sucederán, Rusia volverá a abrir sus brazos a empresas y marcas que quieran regresar a ofrecer sus servicios y productos, sobre todo para aquellas que se mantuvieron en una “zona gris” para no comprometer su futuro en el mercado de ese país o para no perder la relación con el gobierno ruso (como que me suena a alguien conocido).
Sea como sea, marcas que se han subido al tren como otras tantas que han rechazado esta ocupación inhumana, han demostrado, aunque sea por un tema de imagen o de opinión pública, que tienen bien fundadas sus bases éticas como organización.
Esperemos que no pase tanto tiempo para que llegue el fin de la violencia. Tanto allá como aquí.
