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¡Oiga, ese no soy yo! El robo de una identidad digital

En los Estados Unidos, la figura de robo de identidad está tipificada y perfectamente establecida con penas y consecuencias. No por eso es menos frecuente.

Por: Alex Castañeda
Twitter: @elaprendiz55

Cuentan que, muy quitado de la pena, caminaba Manolo por una calle cuando, de frente, se topó con Camilo que, nervioso, abrazaba un portafolios negro apretujándolo contra su pecho. “¿Qué traes ahí” demando Manolo curioso. “Un portafolios lleno de pagarés que me encontré tirado” respondió Camilo. “¿Pagarés? y, ¿qué piensas hacer?” “Pues pagarlos poco a poco, ¿qué mas puedo hacer?” Contestó Camilo compungido siguiendo su paso nervioso y circunspecto.

Recientemente, un amigo me relataba sobre como él había sido víctima de una estafa mayor y, quiero compartirles este relato:

Un buen día, encontró en el buzón de un departamento propio que no habitaba (por estar entre rentas), con un sobre dirigido a él conteniendo un cobro de arriba de $80,000 pesos mexicanos vencidos y, con recargos del banco mexicano Banamex (donde él no tenía cuenta) por gastos varios y amplios (a los cuales no había incurrido) generados por el uso de una tarjeta de crédito llamada TOTAL HOME (de la cual no era miembro).

Fue entonces, me relata mi amigo, que empezó un arduo, molesto y tedioso peregrinar por las sucursales del mencionado banco a fin de aclarar el “mal entendido financiero”. Este entuerto, hizo recorrer a mi amigo escritorio tras escritorio a fin de hablar con ejecutivo tras ejecutivo, obteniendo -de cada uno- evasivas e incapacidades. Nadie, me confesó, le daba respuesta positiva a un injusto cargo de fondos validado por una firma completamente diferente a la suya.

El caso, después de haberse agotado todas las instancias y gritado todos los insultos y amenazas, escaló al aval (y padre) de mi angustiado y semi-derrotado amigo el cual lo llevó, por ser éste abogado, a las autoridades las cuales, lo único que le sugirieron fue: no pagase y olvidar y él (el padre) cambiar número telefónico ya que, esta figura de “robo de identidad”, no estaba adecuadamente establecida en la ley y… era muy difícil probar y perseguir. NADA QUE HACER. Mi amigo acabó en el “buró de crédito” y su padre, con dirección, razón social y teléfono cambiado.

La identidad digital de nuestros días

En los Estados Unidos, la figura de robo de identidad está tipificada y perfectamente establecida con penas y consecuencias. No por eso es menos frecuente. Los ciudadanos acá, son completamente conscientes de que pueden ser, cualquier día de Dios, despojados -como quien quita una paleta a un niño- de sus identidades digitales haciéndoles, de ahí en delante, la vida de cuadritos.

Aunque no soy legista u abogado, siento que en México y muchos otros países latinoamericanos, esto no es así y, el robo por vía digital de cuentas de banco, posesiones, identidades, herencias y cuentas de tiendas y suscripciones, no está del todo observada y custodiada. Los usuarios de servicios se encuentran a merced de los maleantes.

Los nuevos dioses del Olimpo

Se dice que los dioses del Olimpo son seres caprichosos, obstinados y volubles. Castigan a sus sufridos mortales un día si y… otro también. Cualquiera que haya visto una película (de las que hay tantas) sobre dioses, semidioses y sus mortales, se ha podido percatar que su ira, acompañada de su maldad, es infinita. Baste ver lo que Poseidón le hizo sufrir al pobre Odiseo a su regreso a Itaca.

En esta era digital de transacciones millonarias a velocidad del terabit, los dioses y semidioses modernos siguen ahí sólo que no usan toga ni hojitas de parra. Con el fin de reconocerlos, bástese saber que visten de costosos trajes con finísimas rayas de gis sobre fondos negros y brillantes chalecos que ocultan corbatas de seda italiana.

Viven y ejercen su poder desde el Olimpo de Wall Street y la City de Londres hasta los grandes y lujosos corporativos financieros mexicanos, españoles, ingleses y… chinos. Estos dioses, como Zeus, Apolo, Poseidon y Heras, son inclementes cuando ven sus intereses afectados o… a punto de serlo.

Lo que hay que hacer

Para que no te pase lo que a mi amigo, a partir de hoy, cómprate una trituradora de papel y comienza a destruir cualquier documento, dato impreso, escrito o digitalmente impreso. Fíjate lo que firmas. Ojo con qué tiras a la basura. Abuzado de lo que imprimes y/o fotocopias y, por Dios, no lo dejes en la charola. Bucles con los datos que “entras” en una página web y, sobre todo, asegúrate de que tu aventurado “avatar”, cada que esté volando muy contento por las redes sociales, no cometa indiscreciones y te veas cubriendo los pagarés de Camilo o enfrentándote el cíclope de Odiseo en un banco nacional.

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