La reciente liberación de Israel Vallarta, tras pasar casi 20 años en prisión sin sentencia, ha vuelto a poner bajo escrutinio el papel de los medios de comunicación en México, así como su cercanía o distancia con el poder político. Su caso, ampliamente recordado por la escenificación de su detención transmitida en vivo por televisión en 2005, evidencia una práctica que no debería formar parte del quehacer periodístico: la construcción de narrativas oficiales sin contraste ni cuestionamiento.
La presidenta Claudia Sheinbaum calificó esta detención como un “montaje”, y recordó que tanto el periodista Carlos Loret de Mola como la televisora que transmitió el operativo han reconocido públicamente lo ocurrido. La mandataria aprovechó para contrastar ese episodio con lo que define como una evolución positiva del sistema judicial mexicano, al destacar que la decisión de liberar a Vallarta fue tomada por una jueza bajo criterios jurídicos independientes. No obstante, resulta oportuno preguntarse si esa evolución es generalizada o si responde más bien a momentos políticamente convenientes.
¿Dónde estaban los medios?
El silencio de buena parte de los medios durante la década de los 2000 no puede explicarse solo como desconocimiento. En muchos casos, hubo complicidad activa con las narrativas oficiales del gobierno de Felipe Calderón. Informar sin cuestionar; difundir, sin verificar, y replicar, sin investigar fueron prácticas comunes, como lo demuestra el caso Vallarta – Cassez. Este episodio expuso cómo la lógica del espectáculo puede desplazar el rigor informativo y, peor aún, influir directamente en procesos judiciales y en la percepción pública de culpabilidad.
Aunque los medios tienen la responsabilidad de informar con veracidad y ética, también operan dentro de estructuras de poder y presión. Estudios como Manufacturing Consent, de Noam Chomsky y Edward Herman, analizan cómo los medios pueden convertirse en reproductores de intereses económicos y políticos, en lugar de actuar como contrapeso del poder.
¿Siguen siendo los medios el Cuarto Poder?
La idea de los medios como el “Cuarto Poder” implica una función crítica y vigilante del Estado. Pero esa función se diluye cuando los medios se subordinan, ya sea por conveniencia económica, afinidad ideológica o presión gubernamental. Casos como el de Ayotzinapa, la “verdad histórica”, o incluso el tratamiento mediático desigual de escándalos de corrupción según el partido involucrado, muestran que esta subordinación no es cosa del pasado.
Y no es un fenómeno exclusivo de México. En Estados Unidos, varios medios dieron por válidas las afirmaciones del gobierno de George W. Bush sobre armas de destrucción
masiva en Irak, que luego se demostraron falsas. En Brasil, el rol de la prensa durante el juicio y encarcelamiento de Lula da Silva también ha sido objeto de cuestionamiento por parcialidad.
Aunque el gobierno actual se presenta como parte de una transformación en materia de justicia, también ha sido acusado de usar selectivamente casos como el de Vallarta para reforzar su narrativa política.
Además, la Presidenta no está libre de pecado. Un reportaje de Animal Político documentó cómo se identificó una red de canales y páginas en Facebook, fingiendo ser medios periodísticos independientes, que en realidad difundían propaganda política a favor de aspirantes de Morena. Entre ellas, muchas promovían a Claudia Sheinbaum. Estos espacios operaron como medios simulados, sin autor ni credenciales visibles, publicando contenido que imitaba reportajes y noticias. Durante unos pocos meses acumularon alrededor de 2 387 anuncios y un gasto de aproximadamente 3.3 millones de pesos en publicidad en Facebook, con titulares diseñados para promover su imagen política en tono periodístico.
Frente a este panorama, es fundamental que los medios retomen su papel como espacios de investigación y vigilancia del poder, independientemente de quién lo ejerza. El riesgo no es solo caer en el silencio cómplice, sino convertirse en herramientas de propaganda. El caso Vallarta nos recuerda que las víctimas de la manipulación mediática no solo son las personas involucradas directamente, sino toda la sociedad, que recibe información sesgada o distorsionada.
Hoy, más que nunca, urge fomentar un periodismo que cuestione, verifique y priorice el interés público. Solo así podremos hablar con seriedad de medios libres que cumplen su función democrática y no de aparatos al servicio de intereses coyunturales, sean del pasado… o del presente.