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Karina Ortiz Columnista
Karina Ortiz

Lobby: Entre el poder, la presión y la necesidad de transparencia

Si bien el lobby, también llamado cabildeo, responde al derecho y necesidad fundamental de influir en las decisiones del poder público desde la esfera privada, por estos lados es una actividad que siempre carga un halo de negatividad.

Así y todo, en otros países se vive con total naturalidad. En Estados Unidos, por ejemplo, no solo lo realizan las empresas sino también las instituciones e incluso los ciudadanos. 

 

Como bien dice la consultora canadiense y experta en asuntos públicos, María Laptev, el lobby es hacer que un gobierno actúe, cambie o modifique una legislación. De esta forma, el cabildeo, se convierte en una herramienta más de la democracia ya que permite que los políticos escuchen a los ciudadanos desde el momento en que se transforma en un canal para que los intereses de la sociedad lleguen a los tomadores de decisiones.

 

Bajo esta dinámica, series como Scandal, House of Cards o la maravillosa Borgen, han abierto la puerta para poner el ojo sobre esta actividad y analizar si es posible ejercerla de una manera  ética.

 

En este sentido, los escándalos que han rodeado y rodean al lobby en todo el mundo, son testimonio de la necesidad de regular su ejercicio o mejorar su regulación en el caso de los países donde ya existe una.

 

En línea con lo anterior, hay tres áreas críticas e interrelacionadas en la regulación efectiva del lobby que son la transparencia, la integridad y la participación.

 

Por eso, el propósito de regularlo debe ser garantizar la transparencia del impacto de su ejercicio en el proceso de toma de decisiones, así como la responsabilidad de los decisores por las políticas y leyes promulgadas. 

 

En definitiva, la regulación de los grupos de presión debe tener como objetivo garantizar condiciones parejas para todos de manera tal que los actores que participan en el proceso de toma de decisiones lo hagan en total igualdad y a través de mecanismos específicos establecidos, justamente, para evitar posibles conflictos de intereses que puedan surgir de los intentos de influir en determinada decisión. 

 

 

Llegados a este punto, es importante señalar también que la necesidad de regulación es solo uno de los elementos necesarios para garantizar un lobby justo, y que cualquier intento de regulación exige una disposición más amplia de todos los actores involucrados para actuar de manera ética y responsable. 

 

Un democracia de calidad, en sociedades heterogéneas como las nuestras, exige un elevado grado de madurez por parte de todos. Esto implica tomar conciencia de que los problemas se gestionan y para hacerlo bien hay que escuchar a todas las partes involucradas, y establecer garantías en la relación como la transparencia, la participación de todos y el acceso a los tomadores de decisión. En definitiva, si queremos avanzar en la mejor dirección posible tenemos que dejar de ver al ejercicio ético y transparente del lobby como una utopía y comenzar a verlo como una posibilidad clara, necesaria y urgente.

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