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Luis Estrellas

Lo que decimos en redes sociales habla de lo que pensamos ¿por qué publicar?

Hacer público un pensamiento a través de un texto, una fotografía habla de un síntoma común entre las personas que tenemos un usuario en redes sociales.

Me remito en este artículo a hablar solamente en primera persona, porque someto a examen una pregunta fundamental: ¿por qué publicar?

Hacer público un pensamiento a través de un texto, una fotografía, incluso hasta un emoji, todos con sus variantes en extensión, tema, género e intención habla de un síntoma común entre las personas que tenemos un usuario en redes sociales: notificar al otro lo que hacemos en la vida privada. Este rasgo resulta significativo porque al hacerlo se abre una posibilidad inmensa de efectos.

Publicar es un acto de responsabilidad

Cada vez que lo hacemos, inauguramos una ventana nueva a nuestro público (amigos, conocidos y desconocidos) en la que mostramos el quehacer cotidiano: la vida misma, el trabajo, la diversión, etc. Todo ello conlleva actos positivos y negativos, por lo que depende mucho cómo realizamos las publicaciones.

Una historia sin fin

Llego a un restaurante… hay comensales que esperan ser atendidos, otros que ya degustan su comida. Unos más van llegando. Desde el primer momento y hasta el último, de vez en cuando una pareja mira cada uno su celular y ve lo que hay en la red social (piensa en la de tu preferencia), por lo cual me pregunto: ¿qué hay ahí, en ese recuadro dentro del dispositivo móvil, que acapara más la atención? Por supuesto, cada persona sabe la razón, porque es variable; no obstante, observo una particularidad muy clara: se trata del morbo. 

Lo anterior no es novedoso, es una obviedad. Esto en la literatura ya se refleja desde la invención de la Ilíada en donde la justificación de la historia no es la de Paris y Helena, sino la invasión a Troya como acto de dominación. El narrador entra como un vehículo del morbo, para legitimar la historia de los griegos.

Ahora bien, dentro del marco de referencias culturales de cada persona, existe un concepto que se traduce en curiosidad, intención de saber más allá de lo que se sobreentiende, por eso es tan común “leer” publicaciones con un tono muy personal, otras neutral y unas más de carácter formal. Más allá del modo en que se enuncien, importa mucho el tono de comunicación usado. ¿Por qué publicar? o ¿por qué no publicar? Esta dicotomía entra en el terreno del análisis, el cual lo generamos inconscientemente para suceder al posterior acto: la publicación o no de un suceso.

Considero que ahora, en este presente, las personas estamos más propensas a escribir nuestra historia personal, relatarla como un cuento sui géneris en donde el protagonista es el usuario de registro de una red social. Vivimos en la época de lo efímero: el video en el feed (el tiempo de reacción y paciencia de una persona es de 3 a 5 segundos). Wow, increíble.  Lo raudo es sinónimo de prisa. Llevamos premura todo el tiempo, valga la expresión, y nos dirigimos hacia la siguiente publicación, la cual, de no ser trascendente o influenciadora, la sentenciamos con un “omitir por 30 días”.

Surge la otra gran pregunta: ¿a quién le importa lo que publicamos?

Desde el plano personal, contar una historia es posible realizarla de manera formal e informal. Son los cómos, en este sentido, los que importan demasiado, hablan de nuestra personalidad y aquello que nos justifica en el mundo, donde legitimamos la existencia (no en lo virtual, eso es un reflejo), sino en el territorio físico construimos los actos que nos enraízan y, quizá, residen.

Como acto de justificación, a cada persona le importa lo que hace y dice, eso es seguro; no obstante, como dije en un principio, hacerlo –publicar– requiere responsabilidad, pero también un alto grado de ética, no dañar a los otros posibles lectores. Nos debe importar lo que leen por el mero de hecho ser personas y también nos debe ocupar qué decimos. En este sentido, en alguna ocasión me preguntaron en una entrevista de trabajo “¿qué publicas en redes sociales?”, a lo cual yo respondí: “la percepción que tengo del mundo”. Es decir, si yo tengo tal pensamiento o argumento acerca de un tema, lo hago con responsabilidad, sin ofensa hacia ideologías o razas, porque de eso se trata la comunicación: que se íntegra y ética.

En un juicio muy personal, he leído sinnúmero de publicaciones desde que existen en redes sociales y conozco a las personas que lo hacen; sin embargo, de pronto surgen las contrariedades y lo que se dice en el terreno físico difiere de lo virtual, que por lo regular tiende hacia lo negativo.

Este fenómeno es más notable cuando sucede un acontecimiento en la vida de una persona pública. Surgen los comentarios ácidos, iracundos, xenofóbicos e irresponsables. ¿Por qué es así de la vida cotidiana normal y por qué difiere tanto? Es una ventana en donde el morbo es un detonador, en el cual las frustraciones afloran.

Pienso que en este momento de la historia es fundamental ser responsables y fungir como personas -no como usuarios con un ID- de valor en lo que decimos y no decimos. Entender las diferencias ideológicas es vital, porque habla de nuestra madurez para analizar y la capacidad de respetar la opinión de nuestros semejantes.

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