La razón es contundente: la creatividad protegida por ley debe ser expresión de la individualidad humana, no de una máquina que opera bajo algoritmos previamente entrenados.
Este punto abre un dilema fascinante que va más allá del terreno jurídico. ¿Qué significa para la industria creativa mexicana que la autoría esté restringida al ser humano? ¿Cómo debe adaptarse un ecosistema cultural que ya convive con imágenes, textos y melodías generadas en segundos por sistemas artificiales?
Creatividad como acto humano
En la visión de la SCJN, la autoría no es un trámite administrativo, sino un derecho humano. Implica la capacidad de plasmar en una obra sentimientos, experiencias y visiones únicas. Mihaly Csikszentmihalyi, en Creativity: Flow and the Psychology of Discovery and Invention, sostiene que la creatividad surge en un estado de flujo, donde la mente humana conecta disciplina, emoción e intuición. Ningún modelo de IA puede replicar esa experiencia subjetiva, porque carece de memoria personal y de una biografía que dar sentido a lo creado.
Este énfasis en lo humano coincide con lo que Ken Robinson defendía en su famosa charla Do Schools Kill Creativity?: que la creatividad es tan esencial como la alfabetización y debe cultivarse en cada individuo. Bajo esta óptica, la decisión de la Corte también puede leerse como una defensa de la singularidad cultural en tiempos en que lo automático amenaza con homogeneizar lo diverso.
La tensión cultural
La industria creativa mexicana siempre ha sido un espacio de mezcla: lo tradicional con lo contemporáneo, lo local con lo global. La entrada de la IA plantea una nueva tensión: lo humano frente a lo artificial. Y esa tensión no debe verse como obstáculo, sino como oportunidad para redefinir qué significa crear en un país con una riqueza simbólica tan profunda.
El riesgo, sin embargo, está en caer en la fascinación tecnológica. Seth Godin, en The Practice, recuerda que el valor del trabajo creativo no está en producir más, sino en generar significado. Si las agencias, artistas o marcas mexicanas se dejan seducir por la rapidez de la IA sin preguntarse por el trasfondo de lo que comunican, corren el peligro de convertir su obra en un producto desechable, carente de alma.
El dilema central
El dilema no se resuelve preguntando si debemos o no usar IA, sino en qué lugar colocamos lo humano en ese proceso. La legislación mexicana ya respondió en lo jurídico: solo las personas físicas pueden ser autoras. Pero la industria creativa debe responder en lo cultural: ¿queremos que la tecnología complemente nuestra voz, o que la sustituya?
Aquí surge un terreno fértil para la reflexión. Donald Miller, en Building a StoryBrand, plantea que la claridad narrativa es el eje que conecta con las audiencias. La IA puede producir piezas impecables en técnica, pero carece de la intención de contar una historia que transforme. Esa intención solo puede provenir de un ser humano que comprende el contexto, los valores y las emociones de su público.
Hacia un futuro híbrido
El futuro de la industria creativa mexicana probablemente será híbrido. No se trata de rechazar la IA, sino de integrarla como herramienta, manteniendo el corazón humano en el centro del proceso. La ley protege la autoría individual, pero la práctica profesional puede enriquecerse si se entiende la IA como apoyo y no como sustituto.
La creatividad mexicana, con toda su herencia cultural y su energía contemporánea, tiene en sus manos la posibilidad de liderar un modelo donde la innovación tecnológica no diluya lo humano, sino que lo potencie.
El dilema que plantea la resolución de la SCJN es, en realidad, una invitación. Nos recuerda que la verdadera fuerza de la industria creativa no radica en la velocidad de producción ni en la sofisticación técnica, sino en la capacidad de transmitir humanidad. Porque lo que vuelve valiosa a una obra no es únicamente su forma, sino el eco emocional y cultural que despierta en quienes la reciben.