A propósito del inicio del ciclo escolar 2025-2026, surge la reflexión de que las instituciones de educación media superior y superior suelen ser lugares altamente estresantes. En estas instituciones los alumnos no solamente acuden para aprender, sino que, como parte de esos aprendizajes, se enfrentan de manera cotidiana a una serie de demandas como la evaluación de los maestros, la sobrecarga de trabajo, las exposiciones en el aula, la elaboración de ensayos, etc., que, bajo su propia valoración, se constituyen en estresores. Esta situación, cuando es prolongada, puede conducir al llamado Síndrome de Burnout.
El término Burnout fue acuñado originalmente en 1974 por el sicólogo Herbert Freudenberger, quién comenzó por observar una serie de manifestaciones de agotamiento, síntomas de ansiedad y depresión, en los asistentes voluntarios de una clínica para toxicómanos y describió como estas personas iban modificando progresivamente su conducta volviéndose insensibles, poco comprensivos y, en algunos casos, hasta agresivos con los pacientes.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el síndrome de burnout como un síndrome de agotamiento laboral relacionado con el estrés crónico en el trabajo, que se manifiesta como agotamiento, cinismo y menor eficacia profesional. Aunque el término se refiere al contexto laboral, los síntomas pueden afectar a estudiantes y manifestarse como burnout académico, caracterizado por agotamiento físico, mental y emocional, frustración y baja motivación.
Así mismo, define el estrés académico como una “reacción de activación fisiológica, emocional, conductual y cognitiva ante estímulos y eventos académicos”, que puede manifestarse como agobio o ansiedad ante las exigencias y demandas del ámbito educativo. Factores como la carga de trabajo, la presión por el rendimiento, el miedo al fracaso y la falta de tiempo contribuyen a este fenómeno, que puede afectar el bienestar de los estudiantes.
El primer trabajo que abordó el Síndrome de Burnout Estudiantil fue el de Balogum, en 1995, y el de Pineiro, en 2006. Sin embargo, no se tiene conocimiento de que estos estudios fueran continuados por otros, por lo que no sería sino hasta el año 2003 en que este síndrome fue estudiado nuevamente en estudiantes.
El Burnout o agotamiento es una respuesta al estrés constante y prolongado. Muchos estudiantes, especialmente de niveles universitarios, viven una forma específica conocida como Burnout Académico, que suele afectar a estudiantes, especialmente en entornos exigentes. Este agotamiento generalmente va acompañado de fatiga emocional, falta de motivación y una disminución en el rendimiento. Identificarlo a tiempo es clave, ya que tiene un impacto directo en el bienestar mental y en el desempeño académico.
Las señales más comunes de burnout académico incluyen fatiga extrema, pérdida de interés en los estudios, ansiedad y dificultad para concentrarse.
Diversos estudios, publicados por la revista Psicología Científica.com, revelan que el estrés percibido, respecto a conciliar la actividad laboral con los cursos, combinar estudio con actividades de ocio, realizar exámenes y trabajos, la edad, el nivel de expectativas y tener una actividad profesional pueden ser considerados predictores de los índices de agotamiento.
También se encontró que existen relaciones significativas entre la inteligencia emocional de los estudiantes universitarios y las dimensiones del burnout. En ellas se muestran como predictores del desempeño las expectativas de éxito y la tendencia al abandono.
Los especialistas recomiendan las siguientes medidas para hacer frente al burnout académico:
No descuidar el sueño: Tener un buen descanso mantendrá el buen rendimiento en la escuela y en otras actividades que se tengan
Hacer ejercicio regularmente: Realizar algún tipo de actividad física regularmente ayuda a evitar el estrés
Alimentación saludable: Es importante para el rendimiento tanto físico como mental.
Es importante diagnosticar y atender este síndrome, ya que algunos estudios revelan que existe relación entre el burnout académico y el riesgo suicida. La detección oportuna y precoz de la relación entre el burnout académico y el riesgo suicida puede ayudar a prevenir el comportamiento suicida e incluso el suicidio en estudiantes. Urge que las universidades busquen estrategias de pesquisa precoz del síndrome de burnout, para así evitar tragedias como las de un suicidio asociado.