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María Fernanda Ramírez FOTO ACTUALIZADA 2025
Fernanda Ramirez

Trump y Maduro: dos caras reflejadas en un espejo retórico

Ambos discursos se refuerzan mutuamente. La retórica de Trump necesita a Venezuela  como advertencia. La retórica de Maduro necesita a Trump como agresor para cohesionar  a su base

En política internacional no siempre se dibuja una línea clara entre polos opuestos; a  veces, solo se encuentra un espejo. Eso ocurre, paradójicamente, con Donald Trump y  Nicolás Maduro: ambos se enfrentan como enemigos irreconciliables, pero comparten una retórica populista que se nutre de la misma fuente: el miedo, el enemigo externo y la  exaltación nacional. 

Para Trump, el caso venezolano trasciende la preocupación por la democracia,  convirtiéndose en una advertencia para su electorado: “si no me siguen, podemos terminar  como ellos”. En este relato, Venezuela es el fantasma del desorden socialista, la pesadilla  que acecha si no se mantiene el control. Así, su retórica nacionalista usa a ese país como  advertencia, como sombra que debe conjurarse para preservar la grandeza  estadounidense. 

Del otro lado, Maduro construye su narrativa de defensa frente al imperialismo. Estados  Unidos no es solo un rival; es la encarnación de una amenaza, un ogro que sabotea la  economía venezolana y criminaliza su legitimidad. Sus discursos invocan la soberanía  amenazada y llaman a resistir. En medio del desplome económico y la represión interna,  la figura del enemigo externo cohesionó su gobierno y justificó medidas autoritarias. 

En agosto de 2025, Trump ordenó el despliegue de tres destructores tipo Aegis, el USS  Gravely, el USS Jason Dunham y el USS Sampson, con unos 4 000 soldados y marines, hacia  aguas caribeñas frente a Venezuela. La misión: combatir el narcotráfico, al que  Washington vincula directamente con el régimen de Maduro y denuncia como carteles que  amenazan la seguridad estadounidense. 

Este despliegue, que incluiría vigilancia aérea (aviones P-8 Poseidon), submarinos de  ataque y acorazados, no está pensado para entrar en combate directo, sino para  interceptar embarcaciones sospechosas y enviar señales militares claras. La Casa Blanca  explicó su disposición de usar “todos los elementos de su poder” para detener el  narcotráfico, y además duplicó la recompensa para información que conduzca al arresto  de Maduro a 50 millones de dólares. 

Maduro respondió movilizando 4.5 millones de milicianos nacionales, declarando que la  presencia militar estadounidense en el Caribe es una amenaza soberana y acusándolo de  intento de cambio de régimen. El ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, calificó la  narrativa de narcotráfico como un pretexto para la agresión y cuestionó la lógica de  desplegar fuerzas en el Caribe, cuando “el 90 % de la droga sale por el Pacífico”. 

¿Quién sostiene a quién? 

Trump, con sus buques, convierte el narcotráfico en un escenario militar. Ya no bastan  sanciones: la misión se lleva al Caribe. El discurso nacionalista se empodera con visible  fuerza militar y la figura del enemigo externo más tangible que nunca. 

Maduro, por su parte, transforma ese despliegue en símbolo de agresión imperial y  convocó a la defensa nacional con fuerza. La narrativa populista se construye con la amenaza recibida como bandera. El enemigo externo no solo justifica medidas represivas,  sino que legitima su permanencia. 

Ambos discursos se refuerzan mutuamente. La retórica de Trump necesita a Venezuela  como advertencia. La retórica de Maduro necesita a Trump como agresor para cohesionar  a su base. Esa dinámica construye una tensión que trasciende discursos y tiene impacto  real en vidas y en la región. 

En el enfrentamiento retórico entre Trump y Maduro, el despliegue militar es más que una  maniobra de contención del narcotráfico: es el escenario perfecto para verificar cómo  ambos líderes sahuman al otro en su propia narrativa nacionalista. Trump utiliza la  presencia naval para recalcar su enfoque de “poder sobre todo”, y Maduro lo convierte en  símbolo de resistencia patriótica. El resultado es una escalada donde el discurso y la acción  se retroalimentan, atrapando a ambos pueblos en retóricas que se dicen opuestas, pero  que reflejan la misma lógica: el enemigo externo como eje de la política interna.

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