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Trump: El marketer polarizador que transforma estrategias digitales Foto: Especial
Diego Luna

Trump: El marketer polarizador que transforma estrategias digitales

En un ecosistema de marcas donde casi todo es algoritmo, data y percepción, Trump no solo juega el juego, lo descompone y lo vuelve a escribir desde su propio canal

Donald Trump no es solo el presidente en funciones de los Estados Unidos. Es, nos guste o no, una masterclass ambulante de marketing digital. Mientras unos miden su relevancia por encuestas, él la mide en volumen de conversación.

En un ecosistema de marcas donde casi todo es algoritmo, data y percepción, Trump no solo juega el juego, lo descompone y lo vuelve a escribir desde su propio canal: con emojis, verdades a medias, IA y un ejército de seguidores hipersegmentados.

Su equipo no le habla a todos. Le habla a quien puede mover la aguja. Mientras sus opositores tratan de mantener un mensaje pulido y políticamente correcto, el trumpismo elige el escándalo medido.

Con campañas digitales que apuntan más a los 6 millones que importan que a los 44 millones que solo observan. Menos presupuesto, más performance. Menos pauta tradicional, más algoritmos afilados.

Lo entienden como pocos: en un entorno de sobreinformación, la atención no se compra, se captura. Y Trump la captura a diario. A veces con una verdad, a veces con un meme, y a veces con un post que parece escrito por el community manager de un antro.

En 2024 su equipo invirtió en plataformas como YouTube, Twitch y podcasting, donde el perfil de audiencia era menos generalista y más influenciable. Ahí es donde el marketing se convierte en una herramienta quirúrgica. Y eso es justamente lo que nos cuesta a veces entender como marcas: que el mensaje para todos ya no es mensaje para nadie.

Trump lo lleva al extremo, pero la lógica es aplicable incluso para vender desde un software hasta una lavadora. O hasta una camiseta con su cara haciendo pucheros, que por cierto, también se vende.

Y ahí viene lo interesante para quienes hacemos marketing: su equipo no teme usar inteligencia artificial para generar discursos, insertar deepfakes o montar narrativas que nacen fake pero acaban trending. ¿Moralmente cuestionable? Sin duda. ¿Efectivo? Brutalmente. Aquí lo que cuenta no es la fuente, es la viralidad.

En su lógica, los datos importan, pero lo que mueve el algoritmo es la emoción. No busca convencer, busca activar. No persigue aprobación, persigue reacción. Y eso, en digital, es oro puro. Aunque el oro venga envuelto en mayúsculas y signos de exclamación como si fuera flyer de lucha libre.

Cuando lo bajaron de Twitter, Trump no se quejó: montó su propia red social. Truth Social es hoy un espacio que, aunque limitado en escala, le permite operar con control total.

Es un caso real de owned media llevado al extremo: si las grandes plataformas te expulsan, crea la tuya y convoca a tu nicho. ¿Cuántas marcas están dispuestas a renunciar al algoritmo para quedarse con la relación directa? Es una jugada arriesgada, sí, pero que garantiza autonomía narrativa.

Porque el canal también es parte del mensaje. Y porque nadie quiere depender del algoritmo de Instagram como si fuera una tómbola emocional.

Este mismo patrón ha puesto a marcas globales a repensar sus estrategias. Algunas se mueven con cautela frente a lo que se ha llamado “Trump tarnish”, ese efecto secundario que puede manchar a cualquier empresa que cruce la línea en un ambiente tan polarizado. Coca Cola, Apple, McDonald’s o incluso Tesla han tenido que recalibrar desde su publicidad hasta su cadena de suministro, no por convicción, sino por prevención.

Bienvenidos a la era del brand safety emocional, donde un solo tuit puede desencadenar boicots digitales, y donde callar también comunica. Aunque a veces digas más quedándote callado que con un spot de 30 segundos lleno de gente abrazándose en cámara lenta.

Todo esto sucede mientras el mundo observa con atención no solo por sus decisiones económicas, sino por el delicado equilibrio global marcado por los conflictos activos.

En este contexto, cada mensaje, cada post, cada campaña, no solo tiene un impacto comercial, sino también simbólico. Y las marcas lo saben: ya no pueden permitirse la ingenuidad digital. Hoy más que nunca, el silencio también posiciona. Y más si viene con hashtag.

Lo interesante es cómo todo esto redefine la manera en que las marcas construyen posicionamiento. Ya no basta con estar presentes, hay que ser pertinentes, coherentes y tácticamente audaces. En este entorno, la reputación digital no se construye solo desde el community management o el PR, sino desde la capacidad de leer la conversación y anticipar los riesgos narrativos.

Y si algo dejó claro el trumpismo, es que quien domina el relato tiene ventaja, incluso si la historia que cuenta es parcial o manipulada. O subida con una canción de country de fondo y filtros sepia.

La lección aquí no es volverte Trump. Es entender que el marketing digital ya no se trata solo de creatividad y pauta. Es microsegmentación quirúrgica, IA como arma creativa, canales propios como blindaje y entender que la conversación social es territorio minado.

Y como todo buen marketero sabe: si vas a entrar al campo de batalla, más vale que tengas clara tu narrativa. Porque si no sabes qué defiendes, terminarás defendiéndote todo el tiempo. O pidiendo perdón en Twitter mientras tus interns se desmayan del susto.

Porque si algo nos ha enseñado Trump, es que en la guerra por la atención, el que grita más no gana. Gana el que sabe exactamente a quién le está gritando. Y por qué. Y sobre todo, gana el que convierte cada tuit en una bomba y cada silencio en una estrategia. Las marcas tienen mucho que aprender de eso, aunque sea para no repetirlo.

Si quieres que tu marca conecte incluso en medio de narrativas polarizadas, que tu estrategia digital sea más que pauta y que tus mensajes dejen de gritarle al vacío… escríbeme.

Gracias por leerme. Mi correo es [email protected]

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