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Alejandro Corona

Te amo, pero fue ChatGPT quien lo escribió

“Hola, preciosa. ¿Cómo estás?”

Así empezaba el mensaje. Tiernamente escrito, emocionalmente calibrado, con un cierre tan humano que dolía bonito: “A veces, cuando uno se siente roto por dentro, reacciona mal.”

A mi amiga casi se le sale una lágrima. El texto venía de su hijo adolescente. Quince años, con cara de Fortnite pero alma de Benedetti. Le escribió para disculparse. Por su tono, parecía haber atravesado un taller de inteligencia emocional, coaching y poesía contemporánea. Pero cuando le preguntó si realmente lo sentía, el muchacho, sin pena, le dijo: Lo escribió ChatGPT.

¿Y saben qué? No lo hace menos válido. Lo hace más interesante.

Estamos entrando en una era donde las relaciones humanas tienen coautoría artificial. Donde las emociones ya no se escriben solo desde el corazón, sino también desde un prompt. Y esto no es un problema: es un nuevo código de interacción. Una nueva narrativa donde las palabras correctas pueden venir de un modelo de lenguaje… y aún así tocarte el alma. El algoritmo también pide perdón: bienvenidos a la era de las relaciones sintéticas.

La mercadotecnia debería tomar nota

Porque si una IA puede ayudar a un adolescente a pedir perdón de forma tan elocuente, ¿por qué no puede ayudar a una marca a conectar mejor con sus audiencias? ¿Por qué seguimos viendo mensajes publicitarios planos, fríos, con tono de “reunión de lunes”? La IA no solo automatiza: sensibiliza, si sabes cómo entrenarla.

Este caso revela algo profundo: los humanos buscan formas más efectivas de expresarse. Más empáticas. Más certeras. Y si eso lo facilita una máquina, adelante. La clave está en la intención, no en el autor.

En este nuevo mundo, la relación entre marcas y consumidores se va a parecer más a una conversación honesta que a un jingle. Lo que conecta no es la repetición, sino la empatía. Y si eso lo puede generar una IA bien afinada, bienvenida sea.

Para nosotros, los mercadólogos, esto no es solo una anécdota curiosa: es una alerta. Tenemos que dejar de pensar en la IA como una herramienta de eficiencia y empezar a verla como una extensión de la sensibilidad humana. Hoy no se trata de generar contenido en masa, sino de generar conexiones en escala. Si un adolescente puede usar un modelo de lenguaje para construir puentes emocionales, una marca también puede hacerlo para construir relaciones reales.

Pero eso exige algo más que prompts: exige propósito, empatía y comprensión profunda del otro.

Así como ese hijo usó la tecnología para reparar un vínculo emocional, las marcas deben usarla para reparar su comunicación con el consumidor. Basta de disfrazarse de humanos. Mejor, aprendamos a ser humanos con ayuda de las máquinas.

Porque en el fondo, no importa si el mensaje lo escribió un poeta, un adolescente o un algoritmo. Lo que importa es que —cuando lo lees— te haga sentir que es para ti.

 

 

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