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María Fernanda Ramírez FOTO ACTUALIZADA 2025
Fernanda Ramirez

Sheinbaum y el deslinde estratégico: comunicación política en tiempos de transparencia

Lo que está en juego no es solo la reputación de un exfuncionario, sino la credibilidad de un  nuevo gobierno que, si quiere trascender, debe mostrar que la transformación también significa saber decir que no

En la política contemporánea, el silencio puede ser tan elocuente como la palabra. Sin  embargo, hay momentos en los que el deslinde explícito se convierte en una herramienta  clave no solo para sobrevivir políticamente, sino para consolidar una narrativa propia. El  reciente posicionamiento de la presidenta Claudia Sheinbaum en torno al caso de Adán  Augusto López, exsecretario de Gobernación y figura cercana a la llamada Cuarta  Transformación, ofrece un ejemplo contundente de cómo el discurso público se convierte  en estrategia de marketing político. 

Sheinbaum, al referirse con distancia prudente y sin defensas vehementes al exfuncionario,  ha dejado claro que su proyecto no tolerará sombras de opacidad, por muy cercanos que  sean los protagonistas. Este tipo de declaraciones no solo cumple con una función ética o  legal —mostrar compromiso con la rendición de cuentas—, sino que tiene una intención  comunicacional clara: blindar su imagen frente a una ciudadanía cada vez más exigente. 

Casos internacionales demuestran que deslindarse puede traducirse en beneficios  significativos de popularidad. En Reino Unido, Boris Johnson sufrió una caída de casi 15  puntos porcentuales en su aprobación en los tres meses siguientes al escándalo “Partygate”,  reportando que sólo 25 % lo consideraba un buen primer ministro frente a 70 % que lo veía  desfavorablemente . Mientras tanto en EE.UU., Barack Obama mantuvo un favorable 72 %  de aprobación incluso tras el arresto de Rod Blagojevich, lo que se atribuye a que se  deslindó con claridad y rápido de la figura cuestionada . En el caso del scandal político del  Congreso con Mark Foley, encuestas mostraron que dos tercios del público creyeron que se  intentó encubrir, y se estimó que, de no deslindarse, los republicanos podían perder entre 20  y 50 escaños en elecciones intermedias . 

Estos ejemplos revelan un patrón: cuando el liderazgo se ejerce con firmeza frente a las  fallas internas, la ciudadanía lo interpreta como una muestra de integridad. No es una señal  de deslealtad, sino de coherencia con una narrativa de cambio o renovación. 

En la era de la sobreinformación y la desinformación digital, los liderazgos políticos  necesitan mostrar coherencia. Y en este sentido, el deslinde es una forma de decir “yo no 

soy eso” sin decirlo directamente. En el caso de Sheinbaum, esta táctica resulta  particularmente relevante, ya que su presidencia inicia en un contexto donde la legitimidad  se construye tanto con resultados como con símbolos. Y no hay símbolo más potente que la  honestidad, aunque se exprese a través de ausencias calculadas. 

Desde el punto de vista de la comunicación política, deslindarse no es una traición: es una  necesidad. Es establecer la diferencia entre continuidad y ruptura dentro de un mismo  movimiento. Sheinbaum sabe que su administración será leída en buena parte como una  continuación del proyecto de López Obrador, pero también necesita demostrar que puede  imprimirle un sello propio. Y eso implica, a veces, señalar límites incluso con figuras que  formaron parte del círculo más cercano del poder. 

Este gesto cobra aún más relevancia si se piensa como parte de una estrategia de branding  político. En el marketing de marca, cuando una empresa quiere reposicionarse o entrar en  nuevos mercados, muchas veces necesita tomar distancia de prácticas, productos o  asociaciones pasadas. Lo mismo ocurre en la política: el deslinde no es solo un acto  discursivo, sino un mensaje de renovación. 

No basta con prometer un gobierno honesto; es necesario demostrarlo incluso en los gestos  más simbólicos. Al no cubrir con su manto protector a Adán Augusto, Sheinbaum manda  una señal clara: el proyecto que encabeza no blindará a nadie ante cuestionamientos  legítimos, por más cercanía política que exista. Y esa, más allá de la coyuntura, es una  lección valiosa sobre cómo el poder puede —y debe— comunicarse en clave de  transparencia. 

Lo que está en juego no es solo la reputación de un exfuncionario, sino la credibilidad de un  nuevo gobierno que, si quiere trascender, debe mostrar que la transformación también significa saber decir que no. Aunque duela. Aunque incomode. Aunque toque a los de casa.

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