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Silvia Rincon

¿Qué tiene la “marca Obama” que no tengas tú?

Son decenas los estudios que se han dedicado a investigar y analizar el fenómeno comunicativo que en sí mismo representa el actual presidente Barack Obama.

Son decenas los estudios que se han dedicado a investigar y analizar el fenómeno comunicativo que en sí mismo representa el actual presidente Barack Obama.

Dicen los expertos que su discurso verbal y no verbal encierra esa magia que todo líder persigue, desea y ansía.

También dicen los mejores analistas dentro del Marketing Político que el presidente de los Estados Unidos será siempre recordado por haber llevado a cabo la mejor campaña de publicidad política de la historia y de haber creado una de las Marcas Personales más potentes del mundo. Fue necesario tan solo un año para convertir a Obama en una de las Marcas más reconocidas y, lo que es más importante, más queridas y respetadas a nivel mundial.

Algo nada fácil de lograr en un mundo tan competitivo y tan draconiano como es el mundo de la política.

Hay quien afirma que, amén de los dólares que el gobierno de Obama se haya gastado en la creación primero y lanzamiento posterior de la campaña comunicativa que se llevó a cabo, los resultados de la misma no hubieran sido posibles de no ser porque detrás del “personaje Obama” existe un hombre real de carne y hueso de arraigados principios y valores. Un hombre que cree realmente en su sueño y que ha aprendido, a base de práctica, a dirigirse al mundo desde el corazón.

¿Es Obama un buen orador por que le escriben los discursos?
Al exponer esta tesis la semana pasada ante mis alumnos de retórica, hubo quien quiso aclarar que era de sobra conocido el hecho de que al presidente de Estados Unidos le escribían los discursos. Efectivamente, esta persona que desarrolla tan excelente labor se llama Jon Favreau y tiene tan solo 27 años. Sin duda su contribución a que el candidato demócrata haya logrado inspirar a millones de personas con sus palabras es innegable.

Antiguamente, en la época de la Grecia Clásica, esta figura de redactor de discursos se denominaba “lológrafo”. El lológrafo era una figura fundamental durante los litigios que se celebraban para defender a las personas que no sabían ni leer ni escribir de los abusos que contra ellos cometían los monarcas de los últimos regímenes tiranos. Una vez que el discurso para la defensa o el ataque estaban listos, entraba en escena el rétor, persona que poseía habilidades especiales para hablar en público y que vendría a ser lo que hoy en día conocemos como orador.

Tanto la figura del Lológrafo, como la figura del rétor eran fundamentales para poder convencer a la asamblea popular de los hechos que se defendían.
No es mi intención quitarle mérito a las personas que escriben discursos. Escribir un discurso para ser hablado no es tarea fácil. Para empezar requiere de uno de los trabajos más importantes y más delicados que existen en todo proceso creativo; la recogida de información o la elaboración del briefing. Después hace falta trabajar muy bien los argumentos. Exponerlos con la claridad y con la coherencia suficientes para que tengan suficiente fuerza persuasiva.

Pero hay algo que el “escirbiente” de discursos no puede hacer por el orador. Para escribir un buen discurso es fundamental que la persona que vaya a pronunciarlo después exponga con vehemencia y con claridad absoluta de qué quiere y de qué necesita hablar.

Si los argumentos que se recogen en un discurso no son afines al carácter y a la personalidad del orador, éste nunca podrá hacerlos realmente suyos y transmitirlos con la pasión y con la emotividad que se debe.

¿Leerá Obama a Cicerón y a Aristóteles?
No puedo imaginar a Obama dejando en manos de nadie la elección de los contenidos sobre los cuales versan sus discursos. Otra cosa es que cuente con decenas de asesores que puedan aportar y enriquecer dichos contenidos y le asesoren sobre los puntos de vista y sobre la elaboración de argumentos sólidos que se utilizarán para elaborar el discurso final.

Pero sin duda, el gran valor de un discurso, sin restar por ello valor a su contenido semántico y lingüístico, es , como ya hemos dicho, la fuerza, la emotividad y la verdad con la que alguien sea capaz de transmitir dicho discurso.

Cicerón, afamado filósofo y orador romano, dejó escrito en el año 46 antes de Cristo, una obra fundamental que lleva por título “El Orador”. En este manual, ya se recogen los fundamentos y los principios que debe seguir el buen orador.

Entre las habilidades que Cicerón enumeraba como imprescindibles para llegar a ser un gran orador destaca su profunda formación en las disciplinas de Filosofía, Derecho e Historia.

También debe ser el orador, dice Cicerón, “un hombre de bien”; lo que hoy en día llamaríamos un hombre íntegro, de espíritu equilibrado y de carácter humilde.

Destacamos por último la capacidad de adaptación que debe tener el orador a los diferentes estilos oratorios que requiera cada discurso; debiendo saber diferenciar entre la conveniencia de usar un estilo sencillo, un estilo moderado o un estilo sublime.

Todo lo anterior no lo logra un “escritor de discursos”. Lo logra una persona comprometida con su “quehacer”, una persona comprometida con sus valores y principios y una persona preocupada por estudiar y conocer los principios y fundamentos de la humanidad.

La oratoria es mucho más que hablar en público.
El señor Obama debe saber esto y debe saber mucho más. Apuesto a que por su mesilla de noche han pasado más de un libro de Aristóteles, conocido entre otras cosas como el “Newton” de la retórica.

Fue este filósofo el que sentó las bases sobre las “virtudes del alma” que debía albergar todo orador; para Aristóteles “no había verdadero discurso si el discurso no era verdadero” y para que un discurso sea verdadero, debe estar fundamentado en la Verdad, en la Bondad y en la Belleza.

Estas mismas cualidades eran las que, según Aristóteles, tenía que fomentar el orador en su alma.

Hablar en público, ya lo hemos dicho, es mucho más que interpretar el papel de orador.
Parece que poco a poco comenzamos a perder el miedo a hablar del “alma”. Parece que poco a poco esta palabra se va adentrando en diferentes entornos. La universidad de Harvard lleva ya varios años ofreciendo formación espiritual a los futuros líderes del manangement. En España también está de moda hablar del alma; el “alma del líder”, “economía con alma”…

Sólo debemos confiar en que esta grandiosa palabra a llegue a convertirse en un tópico.

Son las personas las que tienen alma y es desde él desde el que debemos trabajar, debemos hablar y debemos actuar. Porque es en nuestro alma en el que reside nuestra verdadera naturaleza; la bondad, la verdad y la belleza.

Hablemos desde el alma y nuestras palabras serán siempre así; verdaderas, bondadosas y bellas.

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