Hubo un tiempo en que el algoritmo solo quería venderte cosas.
Te espiaba, te seguía discretamente por internet como un stalker profesional, (si, como tu ex jaja) te empujaba al carrito con una sonrisa invisible y te dejaba exhausto, pobre y lleno de paquetes en la entrada. Lo hacía sin juicio moral.
Solo le interesaba una cosa, tu conversión.
Hoy estamos entrando en la era de los pixeles con conciencia. Casi casi como si ya pudiera razonar… qué miedo no?
Y es que el marketing automatizado ha comenzado a dudar de sí mismo.
Como ese amigo que antes te invitaba a otra ronda y ahora te recomienda agua con electrolitos, el nuevo algoritmo parece preguntarse, ¿estás bien?
Y no porque le importes mucho, sino porque si te rompes emocionalmente, no vas a comprar nada. Y si no compras, dañas su promedio y eso que no va por un sueldo.
Desde que escribí sobre cómo Meta quiere eliminar a los intermediarios con IA, (aquella columna donde hablamos de creativos generados por bots, segmentación sin alma y optimización despiadada), me quedó rondando la idea de que no solo estamos automatizando el marketing, estamos entrenando a nuestras campañas para parecer “compasivas”.
Y lo más extraño es que lo están logrando.
Hoy puedes configurar campañas que se detienen si detectan que el usuario está pasando por un mal momento. Plataformas que evitan mostrarte anuncios de comida rápida si, según tu data de sueño y ritmo cardíaco, estás teniendo un ataque de ansiedad.
Y eso también está bien, la publicidad empieza a dejar de empujarte a comprar cosas que no necesitas… al menos no en tus momentos más vulnerables.
Incluso hay IA’s que priorizan mostrar contenido motivacional antes que un “Agrega al carrito”.
Es decir, la IA no solo sabe que estás triste… ahora te habla bajito, te ofrece una mantita y espera a que estés mejor para venderte la freidora de aire.
Y no, no piensa en ti. En realidad, es estrategia pura. El pixel con conciencia no te cuida. Te espera.
Porque ya entendió que la ética vende mejor que el descuento. Y que simular humanidad es rentable. Vivimos en la era del marketing con culpa.
La publicidad ya no grita. Ahora susurra.
Las marcas ya no te insisten. Te invitan a reflexionar. La segmentación se volvió una especie de terapia express. Y la conversión, un acto de consentimiento emocional.
Y no digo esto desde la burla (bueno, sí un poco), sino desde la fascinación que me genera ver cómo las marcas se esfuerzan por no parecer desesperadas, y cómo la inteligencia artificial se ha vuelto nuestro Pepe Grillo digital, guiando cada impresión con una pregunta silenciosa, ¿esto le hace bien al usuario… o solo a mi ROAS?
Porque claro, ya no basta con segmentar. Ahora hay que justificarlo a ti, a tu jefe, al cliente.
Hay que envolverlo en una narrativa suave, en palabras como “bienestar”, “conexión”, “momento oportuno”.
Como si fuéramos ese amigo que solo quiere ayudarte a elegir el mejor shampoo. Pero en realidad solo queremos que lo compres. Con una sonrisa encantadora, eso sí… tipo Austin Powers, baby.
Hace poco vi una campaña que literalmente decía: “Si no es hoy, no pasa nada. Te esperamos cuando estés listo.”
Y me reí. Porque claro que pasa. Si no compras hoy, mañana ya no tengo presupuesto.
Pero esa frase vende. Porque no presiona. Porque no suena a algoritmo, suena a humano entrenado en mindfulness.
Y eso, en estos tiempos, convierte mejor. La IA que nos vendía sin alma ahora quiere redimirse.
Nos manda notificaciones con emojis suaves. Nos propone experiencias “alineadas con nuestro momento de vida”.
Y si percibe que estamos en una ruptura amorosa, no nos lanza un hotel romántico, sino un retiro de yoga con desayuno vegano.
La pregunta ya no es ¿qué quiere el usuario?, sino ¿qué necesita escuchar ahora mismo para no sentir que le están vendiendo algo?
Y eso, mi querido lector, es un plot twist brutal.
Porque llevamos años hablando de performance, de data, de KPIs.
Y de pronto, nos piden que nuestras campañas parezcan personas. Que hablen bajito. Que no griten. Que abracen. Que recomienden respirar antes de comprar.
Y aquí estamos, los mismos creativos que hace años hacíamos promos 3×2 con mayúsculas rojas, ahora entrenando IA’s para que digan “tómate tu tiempo”. Yo ahora mismo lo hago con todos mis clientes.
Los mismos estrategas que lanzaban Black Fridays como si fueran operaciones quirúrgicas, ahora pidiendo al pixel que espere “el momento emocional adecuado”.
No sé tú, pero yo ya sospecho que el próximo paso será que el algoritmo no solo nos venda cosas…también nos invite a cenar después. Y si lo hace, que sea con vino real, no con una copa renderizada en 3D.
Nos leemos en la próxima. Y si tú también estás intentando vender sin parecer que estás vendiendo, escríbeme.
Entre pixeles con conciencia y campañas con corazón, todavía hay margen para hacer magia. Diego Luna Mata [email protected]