Si supieras que perderás la vista en cinco años por una enfermedad que puedes prevenir con dieta y ejercicio, ¿harías algo al respecto? ¿Y si te dijeran que un simple video gratuito en YouTube podría ayudarte a evitar una amputación, cambiarías tus hábitos? Vivimos en un país donde el azúcar mata en silencio y el problema es que no duele. Pero eso no quiere decir que no cobre factura.
A decir del doctor Agustín Lara Esqueda, especialista en salud pública, vivimos atrapados en una epidemia que no se ve ni se siente de inmediato: la de la diabetes tipo 2. Y peor aún, no estamos haciendo casi nada para combatirla con efectividad. Ya no basta con señalar al sistema de salud ni confiar en que el gobierno resuelva por sí solo este problema monumental. El abordaje debe ser múltiple, pero la raíz está en la desinformación, la negación y una profunda falta de cultura del autocuidado.
No podemos dejar de decir que el consumo diario de bebidas azucaradas, donde México tiene el nada honroso primer lugar a nivel mundial (Según datos recientes, México lidera el consumo mundial de refrescos, con un promedio de 163 litros por persona al año), la falta de actividad física, la dieta ultraprocesada, el estrés crónico mal manejado y la negación de las señales del cuerpo forman una tormenta perfecta. A ello se suma la alfabetización deficiente en salud, incluso entre quienes ya viven con diabetes. Muchos pacientes saben que están enfermos, pero no comprenden su padecimiento ni saben cómo gestionarlo. Por el contrario, están expuestos a información confusa o contradictoria, muchas veces obtenida en redes sociales o de “influencers” sin formación.
Hoy, una persona con cinco años de experiencia viviendo con diabetes sabe más sobre su condición que un médico recién egresado. Esa es una señal clara de que el sistema de educación médica debe actualizarse. Durante años, la capacitación continua de los profesionales de salud dependía en parte del acompañamiento de la industria farmacéutica. Sin embargo, el clima regulatorio actual ha dificultado este vínculo, dejando un vacío peligroso que los medios digitales no han sabido llenar con criterio.
Lara Esqueda es enfático al recalcar que uno de los aspectos más inquietantes que deberíamos aceptar con madurez es la manera en que consumimos alimentos. El cuerpo humano no está diseñado para recibir grandes cantidades de azúcar líquida. Cuando bebemos refrescos, jugos o bebidas energéticas, no experimentamos saciedad. Por eso, es posible consumir dos litros o más en una sola jornada sin sentir que hemos comido en absoluto. A diferencia de los sólidos, estos líquidos engañan al cuerpo, lo sobrecargan y alteran los mecanismos naturales de control del apetito y la glucosa.
Recordemos que, durante la pandemia, muchos hogares dejaron de comprar libros, pero siguieron comprando refrescos. No es solo un tema económico, sino emocional: el azúcar genera endorfinas, nos da placer momentáneo y actúa como un analgésico para la ansiedad. Pero su costo metabólico es altísimo. Las bebidas azucaradas son una droga legal, accesible, que poco a poco debilita el páncreas, destruye la masa muscular, afecta los huesos y termina comprometiendo la salud mental.
Por fortuna, la tecnología nos está ofreciendo herramientas accesibles, sencillas y poderosas para prevenir. La bioimpedancia, por ejemplo, permite evaluar la composición corporal de una persona y detectar grasa visceral, pérdida de masa muscular o baja densidad ósea. Por otro lado, aplicaciones móviles que miden el flujo sanguíneo facial ofrecen, en solo 70 segundos, indicadores como frecuencia cardíaca, nivel de oxigenación, presión arterial e incluso índice de estrés.
Estas soluciones, antes impensables, hoy están al alcance de cualquier persona con un teléfono móvil. Pero no son suficientes si la población no entiende lo que significan ni cómo actuar con base en los resultados. La tecnología sin alfabetización es solo una ilusión de progreso.
Según el doctor Lara Esqueda, los grupos de ayuda mutua han demostrado, una y otra vez, su eficacia. Los clubes de pacientes, inspirados en el modelo de Alcohólicos Anónimos, lograron reducir niveles de hemoglobina glucosilada de 9.8 a 8 en la última década. La clave está en el acompañamiento, en la comunidad, en saberse escuchado por alguien que ha vivido lo mismo y ha logrado mejorar.
A eso hay que sumar intervenciones mínimas pero impactantes. Hacer 20 minutos de ejercicio en casa antes de la cena, eliminar bebidas azucaradas y reducir porciones pueden significar la diferencia entre una vida plena y una marcada por complicaciones crónicas.
Reducir el tamaño del estómago sin cirugía es posible: se hace enseñando al cuerpo a escuchar la saciedad. Algo tan simple como dejar un pedacito de tortilla o de pan en el plato puede entrenar al cerebro a decir “ya fue suficiente”. Pero nos enseñaron a dejar el plato limpio, a comer hasta el último bocado, como si la comida fuera una guerra contra el vacío.
Por supuesto, pretender que el Estado puede resolverlo todo es ingenuo. El gobierno no puede vigilar lo que comemos, ni acompañarnos a caminar todos los días, ni impedir que compremos alimentos procesados, aunque tengan etiquetas negras de advertencia. La solución pasa por asumir una corresponsabilidad: lo individual, lo familiar y lo comunitario deben tomar un papel más activo.
Las recomendaciones del doctor Lara Esqueda son claras, sencillas y asequibles: moverse más, beber menos azúcar, comer con conciencia, educarse, compartir lo aprendido. Y sí, amarse más. Porque quien no se quiere, no se cuida.
No podemos seguir esperando. La última llamada ya sonó desde hace mucho tiempo.
El Botiquín
- Desde la tribuna de la conferencia matutina presidencial, Eduardo Clark, subsecretario de Salud ha negado una y otra vez que exista desabasto de medicamentos por la cancelación de contratos a diversas farmacéuticas. Sin embargo, en la industria todo mundo sabe que las cosas no se hicieron bien desde el principio. La parte positiva es que ha habido diálogo, donde se advirtió de lo que podía suceder si no se tomaba en cuenta el punto de vista de la industria y aun así el gobierno diseñó su propio plan, lo ejecutó y éste se estampó como microbús chilango. Ojalá que la lección esté aprendida: no se trata solo de sentarse a escuchar, ni solo de dar a conocer qué se va a hacer, sino de escuchar al de enfrente, tomar nota y ejecutar con tiempo las acciones necesarias para hacer las compras consolidadas. Esta curva de aprendizaje ya tomó mucho tiempo y, al final, el paciente es quien paga siempre las malas decisiones.