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La cultura de la cancelación y sus implicaciones

A medida que la cultura de la cancelación se extiende a nivel mundial, surge la preocupación sobre su impacto en la libertad de expresión.

Iniciemos por definir el término cancelling, del verbo to cancel, que significa suspender, anular o neutralizar. Recientemente ha surgido la cultura de la cancelación o cancel culture, un concepto que consiste en retirar el apoyo o “cancelar” a una persona que dijo o hizo algo ofensivo o cuestionable.

Es así como la llamada cultura de la cancelación es una práctica que ha permeado en todo el mundo y que busca silenciar a todo aquel que atente en contra de los valores que el consenso de lo políticamente correcto, de lo ideológicamente aceptado, de lo subjetivamente querido, plantean en la sociedad.

Y es que en la era digital este fenómeno social está transformando la manera en que las personas interactúan, se expresan y relacionan vía online. Claro que este fenómeno, nacido con la intención de promover la justicia social, ha desencadenado un debate sobre sus implicaciones en la libertad de expresión y la diversidad de opiniones.

Por supuesto que esta cultura de cancelación puede tener consecuencias significativas en la reputación y el bienestar emocional de quienes son objeto de cancelación.

Un ejmplo lo tuvimos con la autora de Harry Potter, J.K Rowling, quien fue cancelada por hacer comentarios transfóbicos en Twitter. Otro de los casos más conocidos es el del youtuber enfocado en maquillaje James Charles, quien perdió más de 3 millones de seguidores en cuestión de días después de ser etiquetado como depredador sexual por otros creadores, sin pruebas al respecto.

Prácticamente la cultura de la cancelación ha creado una severa censura en Internet y provoca miedo a equivocarse en las redes sociales y ser cancelados.

Y es que aquellos que han sido objeto de cancelación enfrentan repercusiones en su salud mental y bienestar emocional. Claramente el acoso en línea, la pérdida de oportunidades profesionales y el aislamiento social pueden tener efectos perjudiciales a largo plazo. Aquí la pregunta crucial sería si la cultura de la cancelación realmente contribuye a la construcción de una sociedad más justa o si, en cambio, perpetúa un ciclo de represión y retaliación. Y es que la diversidad de opiniones es esencial en una sociedad democrática.

Es importante que para dimensionar el impacto hablemos sobre el número de usuarios de redes sociales a nivel mundial, datos de Statista calculan que en 2024 habrá alrededor de 5.000 millones de usuarios mensuales activos en redes sociales procedentes en gran parte de Europa, América y Asia. En especial cuando la cultura de la cancelación nació en las redes sociales y va migrando de una a otra incesantemente.

Y es que en un mundo hiperconectado esta práctica ha evolucionado, influenciando percepciones, afectando reputaciones y desencadenando debates en diversos rincones del planeta.

  • El término cancel culture o cancelling comenzó a utilizarse en 2015 ganando mayor popularidad a partir del 2018.

  • Según la encuesta de YouGov, casi un tercio -29 por ciento- de las personas que tienen opiniones críticas sobre la sexualidad dicen que siempre o casi siempre no manifiestan lo que realmente piensan.

  • Más de un 33 por ciento de personas entre 30 y 49 años dejaron de hablar con alguien debido a posturas políticas.

Iniciemos por definir el término cancelling, del verbo to cancel, que significa suspender, anular o neutralizar. Recientemente ha surgido la cultura de la cancelación o cancel culture, un concepto que consiste en retirar el apoyo o “cancelar” a una persona que dijo o hizo algo ofensivo o cuestionable.

Es así como la llamada cultura de la cancelación es una práctica que ha permeado en todo el mundo y que busca silenciar a todo aquel que atente en contra de los valores que el consenso de lo políticamente correcto, de lo ideológicamente aceptado, de lo subjetivamente querido, plantean en la sociedad.

Y es que en la era digital este fenómeno social está transformando la manera en que las personas interactúan, se expresan y relacionan vía online. Claro que este fenómeno, nacido con la intención de promover la justicia social, ha desencadenado un debate sobre sus implicaciones en la libertad de expresión y la diversidad de opiniones.

Por supuesto que esta cultura de cancelación puede tener consecuencias significativas en la reputación y el bienestar emocional de quienes son objeto de cancelación.

Un ejmplo lo tuvimos con la autora de Harry Potter, J.K Rowling, quien fue cancelada por hacer comentarios transfóbicos en Twitter. Otro de los casos más conocidos es el del youtuber enfocado en maquillaje James Charles, quien perdió más de 3 millones de seguidores en cuestión de días después de ser etiquetado como depredador sexual por otros creadores, sin pruebas al respecto.

Prácticamente la cultura de la cancelación ha creado una severa censura en Internet y provoca miedo a equivocarse en las redes sociales y ser cancelados.

Y es que aquellos que han sido objeto de cancelación enfrentan repercusiones en su salud mental y bienestar emocional. Claramente el acoso en línea, la pérdida de oportunidades profesionales y el aislamiento social pueden tener efectos perjudiciales a largo plazo. Aquí la pregunta crucial sería si la cultura de la cancelación realmente contribuye a la construcción de una sociedad más justa o si, en cambio, perpetúa un ciclo de represión y retaliación. Y es que la diversidad de opiniones es esencial en una sociedad democrática.

Es importante que para dimensionar el impacto hablemos sobre el número de usuarios de redes sociales a nivel mundial, datos de Statista calculan que en 2024 habrá alrededor de 5.000 millones de usuarios mensuales activos en redes sociales procedentes en gran parte de Europa, América y Asia. En especial cuando la cultura de la cancelación nació en las redes sociales y va migrando de una a otra incesantemente.

Y es que en un mundo hiperconectado esta práctica ha evolucionado, influenciando percepciones, afectando reputaciones y desencadenando debates en diversos rincones del planeta.

Respecto a cómo la cultura de la cancelación se convirtió en una forma de protesta hacia marcas, de acuerdo con una encuesta realizada por Porter Novelli, 72 por ciento de las personas encuestadas se sienten más empoderadas que nunca a compartir públicamente sus pensamientos y opiniones sobre empresas gracias a las redes sociales. A su vez, 38 por ciento dijo que cancelaría una compañía para que la organización cambie; sin embargo, 72 por ciento señaló que serían menos capaces de cancelar a una marca que tenga un propósito claro.

Esta encuesta de Porter Novelli encontró que incluso las marcas con fans muy leales corren el mismo riesgo de cancelación que las que son menos populares.

En cuanto a las acciones específicas que provocan que una persona cancele una marca, 7 de cada 10 encuestados dijeron que cancelarían una marca que haya dicho o hecho algo ofensivo en relación a justicia racial.

Cabe señalar que de acuerdo con este estudio, 84 por ciento de los consumidores estarían dispuestos a perdonar a una empresa que comete un error si se dan cuenta que genuinamente trata de cambiar.

En conclusión, la cultura de la cancelación es un fenómeno complejo y polémico que tiene aspectos positivos y negativos. Los críticos de la cultura de la cancelación argumentan que puede conducir a la censura y a la eliminación de la libertad de expresión y la diversidad de opiniones. Por otro lado, los defensores argumentan que puede ser una forma de responsabilizar a las personas por sus palabras y acciones y fomentar la igualdad y la justicia en la sociedad.

A medida que la cultura de la cancelación se extiende a nivel mundial, surge la preocupación sobre su impacto en la libertad de expresión, ya que la autocensura puede convertirse en una respuesta natural cuando las consecuencias de expresar ciertas opiniones son tan severas. Esto claramente plantea la cuestión de si estamos realmente fomentando un espacio donde la diversidad de opiniones puede florecer.

Y es que en un mundo conectado, donde las fronteras digitales son difusas, la necesidad de un enfoque equilibrado que promueva la justicia sin comprometer la diversidad de opiniones se vuelve más imperativa que nunca.

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