Las prácticas más comunes de ISC son el Greenwashing: aparentar ser sostenible cuando en realidad no lo es; la Explotación laboral; Daños ambientales; Publicidad engañosa: manipular información para vender más; Irresponsabilidad en salud pública: producción o venta de productos nocivos sin advertencias claras ni promoción del consumo responsable y la Corrupción.
Cuando las empresas incurren sistemáticamente en prácticas socialmente irresponsables, las consecuencias pueden ser graves: daños a la reputación, pérdidas financieras e incluso boicots públicos. Para abordar estos riesgos, es fundamental que las organizaciones implementen procesos internos y planes de gestión que identifiquen y mitiguen activamente los problemas potenciales.
Lo que distingue a los empleados de otras partes interesadas es su capacidad y su genuino interés por la organización cuando surgen problemas o prácticas irresponsables. A diferencia de otros que simplemente critican o se desvinculan, los empleados tienen el potencial de contribuir activamente a abordar estos desafíos.
La participación activa de los empleados, definida como la capacidad de alzar la voz para abordar los problemas organizacionales con un interés genuino por su organización, se vuelve esencial.
Este comportamiento puede beneficiar a las organizaciones al evaluar adecuadamente las situaciones de irresponsabilidad y ayudar a prevenir consecuencias graves. Sin embargo, expresar sus preocupaciones no siempre es fácil para todos los empleados. Alzar la voz a menudo puede percibirse como un desafío a la autoridad, especialmente desde la perspectiva de la alta dirección, lo que puede disuadir a los empleados de expresar sus inquietudes. Este desafío se agrava aún más cuando los problemas que se abordan abarcan
consideraciones morales o éticas.
Para involucrar a los empleados como agentes que contribuyan a combatir la ISC, es fundamental generar una cultura organizacional basada en la ética, la transparencia y la rendición de cuentas, donde se fomente la participación activa de los colaboradores en la identificación de riesgos y en la propuesta de soluciones.
Esto implica capacitarlos en temas de sostenibilidad, cumplimiento normativo y responsabilidad social; habilitar canales de denuncia seguros y confidenciales; y reconocer públicamente las conductas responsables. Cuando los empleados perciben coherencia entre los valores de la empresa y sus acciones, se sienten empoderados para alzar la voz.
Los empleados son actores clave para prevenir y combatir la irresponsabilidad social corporativa, ya que son quienes viven de primera mano la cultura organizacional y detectan prácticas cuestionables antes de que escalen a crisis reputacionales. A través de la denuncia interna, la participación en programas de cumplimiento y la exigencia de condiciones laborales justas y transparentes, los colaboradores pueden convertirse en vigilantes de la ética empresarial.
Además, cuando se sienten empoderados para alzar la voz sin miedo a represalias, fortalecen los sistemas internos de gobernanza y obligan a la empresa a alinear su operación con principios de responsabilidad.
En un entorno donde la economía de la confianza es central, la ISC es especialmente peligrosa porque destruye la credibilidad corporativa. Una empresa que incurre en ISC puede perder su licencia social para operar, es decir, la aceptación y legitimidad que le otorgan sus grupos de interés.
Al rechazar conductas contrarias a la ética y al demandar coherencia entre el discurso corporativo y las acciones reales, los colaboradores contribuyen a blindar a la organización contra la ISC. En este sentido, fomentar la participación, la capacitación y la transparencia no solo protege a la empresa de riesgos, sino que convierte a los empleados en agentes activos de credibilidad y confianza frente a la sociedad.