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desarrollo profesional
James Hernandez

Gestos que crean admiración y lealtad eterna

No sólo de un buen salario viven los trabajadores; una palmada en el hombro, un saludo de buenos días con una sonrisa, un "gracias" cuando tienen algún gesto hacia ti, valen mucho más que bonificaciones y aumentos de sueldo.

Hace unos día, estaba en un evento y a la mesa en la que me senté con algunos amigos se incorporó otro, junto con su suegra. De repente vio a un compañero, se saludaron muy cariñosamente, pues habían trabajado en la misma organización hace unos 20 años, y nunca más se habían vuelto a ver hasta ese día.

Como cosa natural comenzaron a recordar los cuentos de la empresa —que, por cierto, era muy grande y exitosa—, del dueño y de los gestos que esa persona tenía con todos sus colaboradores. La manera en la que les brillaban los ojos era impresionante, el amor, la admiración y la lealtad con la que se referían a ese empresario fue muy emocionante, y lo más impactante es que los cuentos se enfocaban en pequeños detalles que para ellos, en su momento, marcaron la diferencia y los hicieron sentir parte de esa familia empresarial.

Enseguida recordé que cuando me tocó presidir una organización, con más de 12 mil empleados, tenía detalles que para mí eran normales porque así lo aprendí de mis superiores en su momento; desde servirles la comida a los trabajadores cuando había algún evento en la organización, pasar por los puestos de trabajo y saludarlos amablemente a cada uno, hasta firmar de puño y letra una tarjeta de felicitación por días especiales a cada colaborador, cerciorándome de que les llegara a su puesto de trabajo, en cada rincón del país donde se encontraran el día de su cumpleaños.

Aún me llegan imágenes de esas tarjetas por las redes sociales de algunos colaboradores de esa época, agradeciéndome el gesto que tuve en aquel momento. Esto no sólo me llena de alegría, sino que me satisface al saber que hice algo distinto por alguien en algún momento de mi vida.

Recuerdo que pasaba por los sótanos de los edificios, mandaba a abrir las compuertas de los vehículos de la organización para revisar el estado de mantenimiento de los mismos. Ante el asombro de los trabajadores, en otras ocasiones me ponía a limpiar algún espacio ante la inminencia de un evento. En una oportunidad escuché a uno de los colaboradores decirle a otro “si el mismo jefe está acá barriendo y trapeando para que todo esté limpio, qué excusas tenemos nosotros para no hacerlo”, lo que no sabían era que para mí esas cosas eran una excusa para distraerme, desestresarme y olvidarme por un rato de las mil cosas que tenía pendientes en la empresa.

En una oportunidad tuve un jefe —o más que eso era un líder— que tenía muchas responsabilidades. Era un hombre que no sólo vivía en mil reuniones, sino que además trabajaba desde muy temprano en la mañana, hasta altas horas de la noche todos los días. Yo no sabía de dónde sacaba tanta energía, pero no importaba lo que él estuviera haciendo o con quién estuviera reunido, las veces que le escribía un mensaje diciéndole que tenía que hablar con él de algo personal, me respondía enseguida y me decía “vente a mi oficina”. Eso, entre muchas enseñanzas me hizo no sólo admirarlo, sino apreciarlo como persona, como ser humano y como líder, al punto de que fue uno de los que formó mi forma de gerenciar para el resto de mi vida.

Escuchar a estas personas me hizo recordar esa época de mucho estrés, pero también de muchas satisfacciones. Al ver cómo ellos se expresaban de “su empresa”, de “su jefe”, de lo comprometidos que estaban con la organización y compararlas con lo que yo viví, no sólo como presidente de varias organizaciones, sino como empleado; hasta el punto de llegar a admirar a tu jefe por los gestos que tenía hacia uno, me llevó a entender una vez más que en el detalle está la excelencia, que los gestos marcan vidas y hacen la diferencia. No sólo de un buen salario viven los trabajadores, una palmada en el hombro, un saludo de buenos días con una sonrisa, un “gracias” cuando tienen algún gesto hacia ti, valen mucho más que bonificaciones y aumentos de sueldo.

Y es que de esto se trata el “ambiente laboral” y el “clima organizacional”, de que los trabajadores se sientan agradados en sus puestos de trabajo, no sólo con lo lujosa o cómoda que puede ser la empresa, sino con lo bien que se sienten respecto a sus compañeros, a sus jefes y sus homólogos. Pero ¿Cómo lograrlo si para ellos sus jefes representan a alguien sin valores, sin respeto o sin esmero por la empresa y sus colaboradores?

La única manera de hacer que todo tu personal reme hacia donde tú quieres, es dando el ejemplo que necesitan, tomándolos en cuenta, escuchándolos y siendo para ellos su propio jefe de sindicato; que no necesiten a nadie más que los defienda porque para eso estás tú, para velar por ellos.

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