En México, el refranero también es sabio. Bien podríamos parafrasear el clásico “Padre comerciante, hijo caballero y nieto pordiosero” para describir uno de los mayores riesgos que enfrentan las empresas familiares: la pérdida del patrimonio y la desaparición del negocio con el paso de las generaciones. Lo cierto es que este no es solo un cuento moralista.
Los datos lo confirman: de acuerdo con el INEGI, cerca del 90% de las empresas en México son familiares y generan alrededor del 70% del empleo formal y cerca del 60% del Producto Interno Bruto. Sin embargo, diversos estudios de la Asociación Mexicana de Empresas Familiares revelan que solo el 30% de estas compañías logra llegar a la segunda generación y menos del 15% sobrevive a la tercera.
Jorge Arellano, especialista en patrimonio empresarial, lo resume con contundencia: “En México, la principal causa de desaparición de empresas familiares no es la competencia ni la crisis económica, sino la falta de acuerdos claros entre herederos. Sin un plan de sucesión bien diseñado, el legado se convierte en un campo de batalla”.
La prevención no es opcional: es la única forma de garantizar que el trabajo de décadas no se diluya en conflictos familiares. Un protocolo familiar bien establecido, que incluya reglas sobre el reparto de dividendos, la reinversión, el ingreso de nuevos miembros y la toma de decisiones estratégicas, es tan importante como el propio modelo de negocio.
En países como España, 9 de cada 10 compañías son familiares y muchas logran trascender generaciones gracias a que hacen sus “deberes sucesorios” con anticipación: acuerdos notariales, gobernanza corporativa y definición clara de roles. En México, aunque hay ejemplos de éxito, la mayoría de las empresas familiares siguen sin contar con un plan patrimonial robusto.
Otro punto clave es la planeación fiscal. Muchos empresarios desconocen que la manera en que está constituida la sociedad y cómo se registran los activos puede determinar si se aplican o no beneficios fiscales en la sucesión. En algunos casos, una estructura mal diseñada implica pagar impuestos que podrían haberse reducido significativamente con asesoría previa.
Arellano enfatiza que el empresario mexicano suele concentrarse en vender más o expandirse, pero pocas veces piensa en cómo se va a heredar lo que ya se construyó, y ahí es donde se pierden fortunas completas. La sostenibilidad de las empresas familiares no depende solo de protocolos y testamentos. También exige resiliencia organizativa, apuesta por la digitalización y diversificación de ingresos.
En un mercado tan volátil como el mexicano, quedarse en el mismo modelo de negocio que funcionó hace 30 años es prácticamente una condena. El empresario familiar debe entender que su legado no se mide solo en bienes o utilidades, sino en la capacidad de transmitir una empresa sana, con reglas claras y visión de futuro. Dejar todo “a ver qué pasa” es regalarle al nieto no un negocio, sino un problema. Y, como diría el refranero, más vale prevenir que lamentar.