Cuando un desastre natural como el huracán Erick golpea una región, las estadísticas suelen hablar de personas damnificadas, viviendas destruidas y daños materiales. Pero en medio de esas cifras, hay una realidad silenciada y urgente: el impacto profundo y duradero que estos eventos tienen en la vida de las niñas, niños y adolescentes. La niñez y adolescencia son, sin duda, las más vulnerables frente a este tipo de crisis, y es allí donde el trabajo de organizaciones como Save the Children se vuelve no solo relevante, sino indispensable.
En poco más de doce horas, el huracán Erick evolucionó de categoría 1 a un acaudalado huracán categoría 4; este suceso es un ejemplo más de la transformación intempestiva de los huracanes debido al cambio climático, un fenómeno cada vez más común que dificulta su pronóstico y plantea nuevos retos para la protección civil de zonas costeras.
Así, Erick azotó recientemente la región de la Costa de Oaxaca, dejando una estela de destrucción a su paso. Tan solo en el municipio de Santiago Pinotepa Nacional —donde se produjo el primer impacto— se reportan 1,018 familias damnificadas. En total, se estima que cerca de 27 mil personas han sido afectadas por el fenómeno, muchas de ellas menores de edad que, además de perder sus hogares, también han visto desmoronarse sus espacios seguros, sus escuelas y sus rutinas.
Y es que un desastre natural no solo se mide por los techos que vuelan o los árboles caídos. También se manifiesta en el miedo nocturno de una niña que perdió su casa, en el silencio de un niño que no puede asistir a clases o en la ansiedad de una adolescente que, de un día para otro, dejó de tener acceso a sus útiles o productos de higiene. Las emergencias climáticas dejan secuelas invisibles que, si no se atienden de inmediato, pueden transformarse en traumas permanentes.
Frente a este panorama, desde Save the Children en México pusimos en marcha una respuesta humanitaria urgente. Desde Santiago Pinotepa Nacional, iniciamos una misión exploratoria para identificar necesidades prioritarias en las comunidades más afectadas y entregar apoyos inmediatos. Lo que encontramos fueron grandes afectaciones en la mayoría de las casas; las estructuras de escuelas de preescolar, primaria y telesecundaria, así como los materiales que utilizaban dentro de ellas, se han visto gravemente dañadas; las personas perdieron sus medios de vida y sus pertenencias; el acceso al agua potable es complicado, y el impacto emocional en las niñas, niños y adolescentes es profundo: no pueden volver a sus casas, no pueden ir a la escuela y es riesgoso que jueguen en las calles por todos los materiales que se volaron con el huracán.
Con base en nuestra experiencia, compromiso y las necesidades que encontramos, pusimos manos a la obra e instalamos de un Espacio Amigable para la Niñez (EAN). Este tipo de espacios no solo brindan protección física, sino que también ofrecen contención emocional y acompañamiento psicosocial, fundamentales en contextos de crisis. Además, permiten garantizar la continuidad educativa de niñas y niños, lo cual es clave para recuperar una sensación de normalidad. A esto se suma la entrega de kits de atención para la primera infancia, así como de alimentos, productos de higiene y dignidad, y tarjetas de asistencia en efectivo. Estas acciones no solo atienden lo urgente, sino también siembran la esperanza de una recuperación digna.
Oaxaca y Guerrero —los estados más afectados— siguen bajo amenaza por lluvias intensas y tormentas eléctricas. Las crisis no terminan cuando los medios dejan de cubrirlas. Por el contrario, es ahí cuando comienza el trabajo más complejo: la reconstrucción. Una reconstrucción que debe considerar, en todo momento, a niñas, niños y adolescentes no solo como víctimas, sino como personas titulares de derechos.
Desde Save the Children hacemos un claro llamado a la sociedad: sumarse a la protección de la niñez. Cada persona, cada institución, cada gobierno local y federal tiene un papel que jugar. Las emergencias climáticas van en aumento, y con ellas crece también el desafío de construir respuestas más justas, centradas en la niñez y sostenidas en el tiempo.
Proteger a la niñez en contextos de desastre no puede ser una opción; debe ser una prioridad. Porque cada vez que una niña o un niño pierde su casa, su escuela o su tranquilidad, también se tambalean las posibilidades de un futuro más justo y equitativo para todas y todos.