Para muchos artistas, ilustradores y amantes del dibujo, los lápices Prismacolor son mucho más que simples herramientas: son sinónimo de calidad, suavidad y color intenso. Pero, ¿alguna vez te has preguntado qué hay detrás de su proceso de fabricación? La respuesta te llevará a través de un fascinante viaje de ingeniería, precisión artesanal y pasión por el color.
Un proceso artesanal con precisión industrial
Fabricar un solo color de lápiz Prismacolor Premier Soft Core puede tomar hasta 21 días. Y no hablamos de uno solo, sino de 500.000 lápices idénticos por lote. Si quisieras fabricar una caja completa con los 150 colores disponibles, llevaría aproximadamente ocho años producirlos uno por uno.
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Por suerte, la fábrica de Newell Brands, ubicada en México, ha perfeccionado este proceso, logrando producir diariamente medio millón de lápices listos para ser distribuidos en todo el mundo.
¿De qué están hechos los lápices Prismacolor?
Los ingredientes fundamentales de los lápices Prismacolor incluyen pigmentos de alta calidad, ceras especiales (tres tipos diferentes en el caso de los Premier Soft Core), grafito, arcilla y aglutinantes. Esta combinación permite una mina blanda, cremosa y muy pigmentada que se desliza con suavidad sobre el papel.
A diferencia de algunas marcas antiguas, ningún lápiz Prismacolor contiene plomo, eliminando así cualquier preocupación sobre toxicidad.
¿Qué contienen los lápices de colores Prismacolor?
Cada color de la línea Premier tiene una “receta” única de pigmentos y ceras, cuidadosamente medida en peso con ayuda de balanzas industriales. Las mezclas se baten durante 6 a 8 horas en una gran mezcladora, asegurando que la distribución del color sea homogénea y consistente.
Luego, la mezcla pasa a una extrusora, que forma las minas cilíndricas y las corta con precisión. Estas minas se secan durante cinco días en estufas industriales y pasan por varios controles de calidad: desde medir su diámetro con micrómetros hasta realizar pruebas de resistencia.
La madera, un aliado esencial
La carcasa de los Prismacolor es fabricada con madera de cedro rojo de California, una madera ligera y fácil de afilar, ideal para lápices artísticos. Las minas se colocan en una ranura tallada con fresadoras, luego se cubren con otra pieza de madera formando un “sándwich” que se prensa y se seca cuidadosamente.
Posteriormente, ese bloque se corta y da forma al cuerpo del lápiz. Luego son pintados con capas de esmalte brillante y barnizados. Finalmente, cada lápiz recibe su nombre, número de color y sello Prismacolor.
Un ícono del arte hecho a mano (y máquina)
Aunque el proceso está asistido por tecnología, una gran parte sigue dependiendo del trabajo humano, sobre todo en la medición, el control de calidad y la supervisión de las mezclas. La dedicación y el detalle detrás de cada lápiz justifican su reputación y su precio.
De la fábrica al estuche del artista
Una vez terminados, los lápices se agrupan en sus tradicionales estuches metálicos y se distribuyen a tiendas de arte alrededor del mundo. El ciclo vuelve a comenzar, color por color.
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