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Carlos Andrés Mendiola

Cómo es ir al cine en la nueva normalidad

Silencio… miradas que se asoman… una gran sala y nadie… casi nadie. Una pesadilla vuelta realidad. La desolación se apodera del espacio que ahora se ve más grande. La amenaza está ahí, en los vacíos, pero también la esperanza, el deseo de recuperar, de volver. ¿Ir o no ir? Ésa era la cuestión que puede sonar Shakesperiana y lo es en todo su sentido filosófico y existencialista. Y fui y ésta es mi experiencia, así es ir al cine en la nueva normalidad.

La cartelera estuvo lista casi desde el anuncio de la reapertura. La primero era ver qué había. La mezcla incluye clásicos (“Rebelde sin causa”), éxitos recientes (“Bohemian Rhapsody”), aquello que estaba en salas cuando nos sorprendió la cuarentena (“Veinteañera, divorciada y fantástica”, “Grandes espías”, “En el juego del asesino”, “Unidos”, “Sonic”, “El llamado salvaje”, “Bloodshot”) y algunos estrenos de bajo perfil o de corte independiente: “Música, glamour y fama”, “Escuela de miedo”, “La cacería”, “Fuga de pretoria”, “Amores modernos”, “Escuela de seductores” y “Retrato de una mujer en llamas”.

Un poco de todo, nada espectacular, comercialmente hablando, aunque un par de títulos de gran valor que quizás no son tan conocidos; combinaciones distintas dependiendo el complejo. Las funciones son menos, tres al día, en promedio, empezando al mediodía y, por tarde, concluyendo a las 20 horas. Decidí que sí, un poco ante la resignación de que esto “es lo que hay”, que hay que aprender a vivir, por el tiempo que sea, con medidas de sana distancia, otro poco por el deseo de salir y un poco más por curiosidad: ¿cómo es ir al cine en la nueva normalidad?

La mejor respuesta es un tanto cómo diría Chente, “es lo mismo, pero no es igual”. Desde la compra del boleto salta la diferencia. Decidí hacerlo, como se recomienda, en la aplicación. Ahora, cuando se ingresa a la sala, el 70% de los lugares aparecen en rojo y sólo unos cuantos lugares están en blanco. La mayoría son para parejas, otros individuales. Ya picado por la curiosidad compré un boleto para sala regular y otro para una VIP; los costos no han cambiado. Qué vi no es tan importante para este espacio, pero podrán descubrirlo en mi sitio. Una primera función fue en sala regular y la segunda sintiéndome “very important”.

La llegada al cine es un tanto desconcertante. Espacios que antes tenían mobiliario ahora están libres. Eso salta a la vista aún antes de entrar. La entrada es mucho antes. Antes de poner un pie en el cine te toman la temperatura y te ofrecen gel. Si ya vas con boleto, desde ese momento lo leen y el personal, con careta y cubrebocas, te señalan por dónde ir. Es un pueblo fantasma. Hay poca gente y no me refiero sólo a quiénes vamos al cine, sino también al personal. Casi no se les ve. En las taquillas, una funciona y otra está clausurada.

La que funciona tiene un acrílico enfrente, con un huequito para hacer la transacción; lo mismo pasa en dulcería. El menú se ha reducido privilegiando lo que está menos expuesto. Menos opciones también implican menos inversión. El piso tiene flechas y te indica por dónde sí y por dónde no ir… y si vas a comprar también te dicen dónde pararte para evitar cualquier otro contacto, aunque no es que haya muchos asistentes. Es un pueblo fantasma. El efecto se vuelve contundente pues no hay música y sin gente el silencio priva.

Al llegar a la sala te recibe un letrero que indica el horario de la función y la sanitización previa que se ha hecho: butacas, barandales, puertas, pasamanos, piso, coderas y portavasos. La primera fila estaba clausurada. En la siguiente, espacios clausurados y disponibles alternaban sin ocupantes. Es un pueblo fantasma. Me tocaba hasta atrás. En la pantalla me dio la bienvenida un video con indicaciones, otro promocional del cine donde los actores de “Escuela de seductores” recrean, con las medidas meritorias, una idea al cine y de paso invitan a acudir.

La verdad no lo noté tanto, pero me parece que los cortos y comerciales previos disminuyeron (no es queja, se pueden quedar así). En la primera función fuimos la película y yo. Al despedirnos de nuevo apareció otro video pidiéndome esperar a que me indicaran cómo salir, aunque no es que hiciera tanta falta pues nadie se “pelearía” conmigo para salir primero.

En la segunda función no hubo mucha diferencia. En esa ocasión sí decidí comprar comida. La carta ahora se consulta en internet luego de leer un código QR. También es una carta reducida. Al pedir mi orden me ofrecieron gel al inicio y al término y la terminal fue limpiada antes de cobrarme y después (es la terminal más limpia que conozco); cuando llegó mi comida, una ensalada, para los curiosos, de nuevo me ofrecieron gel y sí, en todos los casos la acepté. Esta vez, aunque vi a otros llegar al cine, de nuevo fuimos la película y yo. Muchas salas y pocos asistentes. Es un pueblo fantasma.

¿Cómo me sentí? Un tanto raro, el espacio y el silencio que se construyen parecen sugerir que hay alguien más y es irónico pues podría haberlo, aunque la intención es que no lo haya, pero el vació cuenta y ocupa. Más allá de ello me sentí tranquilo, cuidado y seguro, contento de ver caras conocidas (es el cine que frecuento regularmente) y esperanzado de saber que todo pasa, que lo que se veía como una pausa de semanas y luego como una historia sin fin es un momento transitorio y que la vida vuelve y volverá, aniquilando esos fantasmas. La magia del cine ha vuelto y cada vez será más fuerte.

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