
Si algo nos ha enseñado YouTube en estas dos décadas es que la atención es la moneda más valiosa, y quien no la capitaliza, simplemente deja de existir.
Lo que pintaba para ser la joya de la corona en la temporada de premios terminó estrellándose. Gran parte de la culpa recae en una gestión de crisis que deja mucho que desear.
El corto satírico Johanne Sacreblu se volvió viral, ganando más relevancia que Emilia Pérez gracias a su conexión con la audiencia. Esto demuestra que, en la era digital, una idea auténtica y bien recibida puede superar cualquier estrategia de marketing millonaria.
Ya lo estamos viviendo. A pocos días de haber tomado posesión, las políticas (por no decir marrullerías) de Donald Trump están haciendo ruido, no solo en EE.UU., sino más allá de sus fronteras.
La era de Trump y los líderes populistas muestra cómo el marketing político basado en emociones afecta el debate público. Aunque efectivo, puede deteriorar la calidad
de las decisiones políticas.
La violencia puede ser rentable, y la mercadotecnia, hábil para explotar esta realidad, juega un papel crucial en perpetuar el fenómeno.
Hay causas que, después de 40 años, han sido constantes en su espíritu de ayuda y que, aunque salen al “Mainstream” cada 10 años, su labor se ha mantenido, pues el problema sigue ahí.
En la era de la hipercomercialización, los servicios funerarios han dado un giro inesperado: transformar los últimos adioses en oportunidades de marketing.
La nostalgia siempre ha sido un recurso poderoso en la mercadotecnia, pero las tendencias actuales han elevado esta emoción a un nuevo nivel.
Impulsada por Jack Dorsey, Bluesky propone un modelo de red social descentralizada, ofreciendo a los usuarios mayor control sobre sus datos.
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