En México, hablar de migración ya no significa describir únicamente a quienes atraviesan nuestro territorio rumbo al norte. Tendríamos que empezar por decir que, más que migrar, familias enteras han sido forzados a desplazarse y dejar su hogar; cada vez, más familias llegan a nuestro país y se quedan, en busca de seguridad, oportunidades y un lugar donde reconstruir su vida. Entre ellas hay niñas, niños y adolescentes que no solo cargan con las cicatrices del desplazamiento, sino con un sistema que, muchas veces no logra incluirlos.
Recientemente desde Save the Children presentamos el infome HALDO on the Move: Evaluación del aprendizaje y desarrollo de NNA en situación de desplazamiento forzado en México, realizado en colaboración con ACNUR, y los resultados son una llamada de atención que no podemos ignorar. La investigación evaluó a 433 niñas, niños y adolescentes en Tapachula, Monterrey y Tijuana, tres puntos clave de la ruta migratoria y del asentamiento de personas refugiadas. La herramienta no se limitó a encuestas o testimonios: midió, de manera directa, habilidades de lecto-escritura, aritmética, aprendizaje socioemocional y función ejecutiva.
Los resultados son tan claros como inquietantes. El 90% de los adolescentes puede reconocer palabras, pero solo el 60% logra una comprensión lectora completa. Apenas el 27% domina operaciones aritméticas más allá de lo básico. En lo socioemocional, apenas un 42% muestra altos niveles de empatía, sin avances significativos con la edad. Y las barreras lingüísticas para niñas y niños de origen haitiano —evaluados en español— revelan una exclusión silenciosa que debemos enfrentar con urgencia.
Estos datos no son números fríos: son evidencia de que, mientras discutimos políticas migratorias y presupuestos, miles de niñas y niños están perdiendo un tiempo precioso para aprender y desarrollarse. En un mundo ideal, el derecho a la educación debería ser incuestionable, pero en la práctica sigue siendo un privilegio condicionado por el lugar de nacimiento, el idioma o la condición migratoria.
El informe llega en un momento complejo. A nivel internacional, los recortes en la ayuda exterior, como los ordenados por Estados Unidos, están debilitando el trabajo de organizaciones humanitarias en decenas de países. En nuestro país, el presupuesto público destinado a la atención integral de la niñez migrante sigue siendo insuficiente y, en muchos casos, depende de fondos externos que ahora están en entredicho.
No es solo una cuestión de recursos, sino de voluntad política y de visión de país. Si México ya no es únicamente un territorio de tránsito, sino también de destino, debemos entender que estas niñas y niños forman parte de nuestro presente y de nuestro futuro. Integrarlos plenamente en el sistema educativo, garantizarles espacios seguros para aprender y adaptarnos a su diversidad lingüística y cultural no es caridad: es una inversión social y un mandato legal.
HALDO on the Move no es un informe más para archivar, sino una herramienta para actuar. Sus datos pueden guiar políticas públicas, orientar programas educativos y movilizar a comunidades y familias en favor de la inclusión. El reto está en que quienes toman decisiones escuchen y respondan con algo más que discursos.
Cada niña y cada niño que hoy queda fuera de la escuela, que no puede leer un texto con comprensión o resolver un problema matemático, es un recordatorio de que estamos fallando en lo más básico: garantizar su derecho a aprender y desarrollarse. México tiene una oportunidad —y una responsabilidad— de saldar esta deuda. La pregunta es si estaremos dispuestos a hacerlo antes de que el tiempo se agote para ellos.
