Tras el trágico accidente del Buque Escuela *Cuauhtémoc* en Nueva York, donde perdieron la vida dos cadetes mexicanos, Claudia Sheinbaum no tardó en responder a las críticas que surgieron hacia la Secretaría de Marina.
Su respuesta fue tajante: calificó de “mezquindad” cualquier señalamiento hacia la institución o el gobierno federal. Pero más allá del dolor por la pérdida humana, su reacción revela una tendencia preocupante: el uso del heroísmo como escudo frente a la rendición de cuentas.
“¿Cómo catalogó yo este ataque que recibió la Secretaría de Marina y el gobierno? Mezquino, no tiene otro adjetivo. Es mezquindad, sobre todo cuando dos jóvenes fallecieron y en vez de haber una solidaridad, un apoyo, un reconocimiento, porque la Marina Armada de México es una institución gloriosa del Estado mexicano”, dijo la mandataria.
Sheinbaum no solo defendió a la Marina, la exaltó como una “institución gloriosa”, y lo hizo en un momento que demandaba mesura, sensibilidad y sobre todo transparencia. Al convertir las críticas en una falta de respeto hacia los caídos, no solo desvió la atención del incidente en sí, sino que colocó a la institución naval en una categoría moral incuestionable, donde cualquier cuestionamiento es tachado de traición o insensibilidad.
“Increíble lo que hacen, cuidan la seguridad de las cosas, cuidan nuestra seguridad, participan en acciones cuando hay huracanes en apoyo a la población, tienen su Plan Marina. Es una institución muy reconocida por nuestro pueblo, y también ahora construyen trenes: el Tren Interoceánico también es parte de este trabajo que hace la Secretaría de Marina. Tiene todo nuestro reconocimiento y el reconocimiento del pueblo de México”, informó.
¿Desde cuándo exigir explicaciones es un acto de mezquindad? ¿Desde cuándo preguntar por las circunstancias de un accidente mortal —en altamar o en un muelle extranjero— es una falta de solidaridad? Confundir el duelo con la obediencia ciega es una estrategia política tan antigua como peligrosa. En una democracia madura, la crítica no es enemiga del respeto, ni la rendición de cuentas está reñida con el honor institucional.
El discurso de Sheinbaum, más que ofrecer un mensaje de unidad o duelo nacional, pareció buscar inmunidad para una institución que, como todas en un Estado de derecho, debe responder por sus actos. Nadie está pidiendo linchamientos mediáticos, pero sí explicaciones claras, investigaciones serias y consecuencias si hubo negligencia.
Transformar a los marinos caídos en mártires para silenciar el debate público no honra su memoria. Más bien, la instrumentaliza. Es posible —y necesario— reconocer el valor del personal naval sin renunciar al deber cívico de fiscalizar las acciones del gobierno y sus instituciones.
La Marina puede ser gloriosa, pero no es infalible. Y el heroísmo verdadero no teme al escrutinio. Si Claudia Sheinbaum aspira a una presidencia democrática y no devota, haría bien en recordar que la solidaridad también se expresa con verdad, no con silencio impuesto.