La mayor redada de inmigración en la historia reciente de Estados Unidos sacudió tanto a Washington como a Seúl. Casi 500 trabajadores fueron detenidos en la planta de baterías Hyundai-LG en Georgia, en un operativo del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) que terminó con más de 300 ingenieros surcoreanos y cerca de 200 empleados latinos encadenados y trasladados en autobuses. Las imágenes, difundidas en Corea del Sur, provocaron una tormenta política y dudas entre los inversionistas, luego de que Trump ordenará a empresas extranjeras “contratar solo a estadounidenses”.
Donald Trump reaccionó con dureza “Por la presente pido a todas las empresas extranjeras que invierten en Estados Unidos que respeten las leyes de inmigración… sus inversiones son bienvenidas, pero deben contratar y capacitar a trabajadores estadounidenses”, escribió en Truth Social. En conferencia, el expresidente defendió la redada asegurando que “eran inmigrantes ilegales y ICE simplemente estaba haciendo su trabajo”.
Consecuencias inmediatas en Corea del Sur
La tensión escaló rápidamente. El gobierno surcoreano confirmó que los 300 ciudadanos serían liberados y repatriados en vuelos chárter. A la par, empresas como LG Energy y Hyundai comenzaron a ajustar operaciones: la producción de baterías en Georgia se pospuso hasta 2026, retraso que afecta directamente a Hyundai y Kia, que dependen de esa planta para su estrategia de vehículos eléctricos.
Bloomberg reportó que Samsung también endureció las restricciones de viaje de negocios a EE.UU., limitando las estancias bajo el programa ESTA. El mensaje es claro: la incertidumbre migratoria ya pesa sobre la expansión industrial asiática en suelo estadounidense.
Golpe a las inversiones millonarias
El golpe llega apenas dos semanas después de que Trump y el presidente surcoreano Lee Jae Myung celebraran en Washington un pacto comercial que incluía un fondo de 350 mil millones de dólares para respaldar la inversión coreana, además de 150 mil millones en gasto directo comprometido por conglomerados como Hyundai, LG, Kia, SK y Samsung. Ahora, esos compromisos tambalean.
“Este caso demuestra lo difícil que se ha vuelto para las empresas coreanas ganar dinero en Estados Unidos”, advirtió Kang DaeKwun, director de inversiones de Life Asset Management. Cita inflación, escasez de mano de obra y un escrutinio migratorio más duro como frenos a la rentabilidad.
El impacto político y económico
En Seúl, el episodio encendió alarmas. El ministro de Comercio, Yeo Han-koo, prometió revisar mecanismos de cooperación, mientras que SK Group urgió al gobierno a negociar mayores cuotas de visas para evitar nuevos choques. Las acciones reflejaron cautela: LG Energy apenas subió 0.2 por ciento, mientras Hyundai retrocedió 0.7 por ciento.
Para analistas como Anna Lee, de Yuanta Securities, la producción masiva de baterías en EE.UU. antes de 2026 “ya es imposible” y dependerá de una solución diplomática. El retraso no es menor: Estados Unidos ve la planta de Georgia como pieza clave para asegurar cadenas de suministro de vehículos eléctricos, un pilar de la política industrial de Trump.
La narrativa de Trump
Más allá del impacto económico, Trump capitalizó la redada como una bandera política: promete hacer de EE.UU. “el mejor lugar para hacer negocios” pero bajo la regla de “primero los estadounidenses”. El mensaje conecta con su base electoral y coloca presión sobre las multinacionales que venían apostando fuerte en territorio estadounidense.
El choque entre inversión extranjera y política migratoria abre un nuevo frente: ¿puede Estados Unidos mantener su atractivo como destino de manufactura sin flexibilizar sus visados laborales? Para Corea del Sur y sus gigantes industriales, la respuesta determinará si su apuesta en EE.UU. se convierte en oportunidad… o en riesgo.
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