Y cuando dejamos de mirarnos los ombligos y volteamos a ver el trabajo hermoso que hacen colegas de todo el mundo, podemos también aplaudir lo que nos sorprende, envidiar lo que no se nos ocurrió a nosotros, hacer nuestras predicciones sobre qué puede y qué debería ganar. Ustedes lo saben, lo normal. Pero ya sea porque el ego publicitario juega con nuestras inseguridades, o porque la confianza en que el trabajo duro sí nos vaya a redituar, el foco del festival se lo lleva nuestra ansiedad por el futuro. Todo bien, algunos leen cartas o avientan runas, nosotros armamos quinielas. La industria completa se come las uñas.
Los objetivos, las ambiciones, la meta. Ahí tenemos los ojos puestos. Para llegar a ese León que nos espera sentado en la cima de la montaña, hemos quemado el cerebro con desveladas, con la vuelta a la vuelta a la vuelta de la idea, con la versión 57 del caso que ya vimos tantas veces que ya no estamos seguros de que diga algo o no le entendemos más porque nos habla en arameo. Pero aun cuando nuestras ambiciones pueden ser todas muy parecidas (en este caso específico, de entrada, ganar los Leones), las motivaciones personales de cada uno de nosotros son un universo incalculable de historias. Los ojos en el premio, pero ¿dónde está el corazón?
Cambio de juego:
El otro día caché a mi hijo guardando una revista en la mochila. Un cómic que pudiera distraer la clase, una revista que no debería de ver a sus cortos 10 años, una TVNotas, qué se yo, no tenía idea de qué pudiera ser. Pero lo que encontré fue aún más sorprendente: una Merca2.0. Caí en cuenta de que, aunque la industria publicitaria y el marketing le importen tantito menos que la escena musical de Mauritania o las reglas del curling, llevaba la revista para presumirle a sus amigos que en ese número salía su papá. Y entendí todo. Pensamos tanto en nuestras ambiciones que le dejamos poco a nuestras motivaciones. Quieres ganar Leones, pero ¿por qué te los quieres ganar?
En una industria donde el culto al éxito nos pone una mochila de concreto, donde convencidos entregamos horas para aligerarla y llegar tan lejos como se pueda, yo sí tengo clara la respuesta a esa pregunta. Lo hago por ellos. Todos los días. Porque quiero que sepan que se vale apasionarse por algo, que tu trabajo te puede encantar, y que un día ellos pueden poner los ojos en un León, un Oscar, un Nobel o una medalla, pero el corazón en alguien que se sienta más orgulloso que ellos mismos de haber salido en una revista.
Ya sabemos qué queremos. Ahora queda preguntarnos por qué lo queremos. ¿Ustedes ya lo tienen claro?