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NVIDIA fue nombrada la empresa más valiosa del mundo, superando a gigantes como Microsoft, Apple, Tesla y Amazon.
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El mercado de chips para IA superará los 67 mil millones de dólares en 2025, refiere McKinsey.
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China representa alrededor del 20 a 25 % de los ingresos globales de Nvidia por ventas de centros de datos.
El reciente llamado de atención de China a Nvidia refleja un problema que va más allá de una disputa comercial y pone en evidencia la tensión estructural entre innovación tecnológica y la confianza que los países depositan en los dispositivos que adoptan. En una era donde los microchips alimentan desde vehículos autónomos hasta sistemas de vigilancia y defensa, su diseño ya no se evalúa solo por su potencia, sino más bien por los riesgos que representa para la seguridad nacional y la privacidad de millones de personas.
Y es que, la Administración del Ciberespacio de China cuestionó directamente al fabricante estadounidense sobre los supuestos riesgos del chip H20, un procesador diseñado para inteligencia artificial que recientemente retomó su distribución en el país asiático. Las autoridades chinas pidieron respuestas detalladas sobre posibles “backdoors” integradas en el hardware, capaces de permitir accesos no autorizados a redes locales y datos sensibles. Nvidia respondió negando que sus chips incluyan tales funciones ocultas y defendió su compromiso con la ciberseguridad global.
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Esto deja a las llamadas “arquitecturas inteligentes de tecnología” en una posición ambigua. Diseñadas para optimizar rendimiento y funcionalidad, hoy deben incorporar también una dimensión política y ética de cómo garantizar que no sean herramientas de control encubierto. El debate exige estándares de transparencia que aún no existen, auditorías independientes y una redefinición del concepto de soberanía tecnológica, que ya no se trata solo de fabricar localmente, sino de entender y controlar cada capa del sistema que se importa.
La tecnología exige confianza, no solo potencia
El debate sobre la soberanía tecnológica y la transparencia en hardware no es nuevo, pero ha cobrado fuerza en los últimos años ante el avance de la inteligencia artificial y la dependencia global de unos cuantos fabricantes de semiconductores. De acuerdo con la consultora McKinsey, el mercado de chips para IA alcanzará un valor de más de 67 mil millones de dólares para 2025, siendo dominado por empresas como Nvidia, AMD, Intel y, en Asia, Huawei y SMIC.
Aunque, esta concentración ha encendido alarmas. Desde 2020, múltiples gobiernos han expresado temores sobre la posibilidad de que estos chips contengan “puertas traseras” o códigos ocultos que puedan ser usados para espionaje o control remoto.
Un reporte de The Center for Security and Emerging Technology, advierte que “la creciente complejidad de los chips y la naturaleza opaca de las cadenas de suministro globales hacen extremadamente difícil asegurar que un dispositivo esté libre de manipulaciones maliciosas”. En ese contexto, países como Estados Unidos, China, India y la Unión Europea han comenzado a impulsar estrategias de auditoría tecnológica, certificaciones de ciberseguridad y políticas de fabricación local.
Paralelamente, la industria enfrenta otro dilema que es la velocidad con la que va el avance tecnológico, ya que va mucho más rápido que el desarrollo de regulaciones efectivas. Mientras la demanda de chips para IA crece exponencialmente, datos de IDC estiman que se venderán más de 1.5 mil millones de unidades anuales en esta categoría para 2027, aunque los mecanismos legales y técnicos para garantizar su seguridad todavía son insuficientes o, en muchos casos, voluntarios.
En este escenario, la transparencia en la arquitectura tecnológica ya no es solo una cuestión técnica, sino también geopolítica. Los chips se han convertido en piezas estratégicas de poder, y con ello, en blancos de desconfianza. El desafío para fabricantes y gobiernos será construir mecanismos de verificación que no solo protejan los datos de los usuarios, sino que también restablezcan la credibilidad en una infraestructura que, por definición, se basa en la confianza.
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