En Latinoamérica, más allá de la simple cifra que mide cuántas personas están sin empleo, el verdadero reto laboral radica en la calidad del trabajo disponible y en la capacidad de los salarios para sostener una vida digna. Así lo advierte la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que señala que el problema más crítico en la región no es únicamente la cantidad de empleo, sino las condiciones laborales precarias y los bajos ingresos que afectan a millones de trabajadores y sus familias.
En 2025, las proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) reflejan un panorama dispar en cuanto a la tasa de desempleo en la región. Países como Colombia enfrentan un porcentaje de desempleo de alrededor del 10%, seguido por Chile con un 8.1% y Uruguay con un 8%. En contraste, México, Ecuador y Bolivia muestran las tasas más bajas, con 3.8%, 4% y 5.1% respectivamente. Sin embargo, estas cifras, aunque reveladoras, no cuentan toda la historia.
Uno de los aspectos fundamentales que la región debe enfrentar es el crecimiento del empleo informal. Muchas personas, ante la falta de oportunidades en el sector formal, recurren a trabajos sin protección social ni garantías laborales, lo que incrementa la vulnerabilidad económica y limita el acceso a beneficios como seguridad médica y pensiones. Esta informalidad, combinada con un entorno inflacionario persistente, afecta el poder adquisitivo real de los salarios, dificultando que el empleo pueda cumplir su función social esencial.
La definición misma de desempleo puede variar entre países, pero generalmente se considera desempleado a quien está activo en la búsqueda de trabajo y no lo encuentra. No obstante, en Latinoamérica existen amplios grupos de personas que, por desánimo o falta de oportunidades, no están en búsqueda activa, por lo que no se reflejan en las estadísticas oficiales, pero sí constituyen un problema oculto que impacta la economía y la cohesión social.