Después de años de rumores y expectativas, Nintendo finalmente presentó el 5 de junio su nueva consola: la Switch 2, una sucesora directa de su exitoso sistema híbrido que debutó en 2017. A diferencia de etapas pasadas donde la compañía japonesa sorprendía con propuestas disruptivas como ocurrió con la Wii en 2006, esta vez la estrategia parece ser más conservadora: consolidar lo que ya funciona.
Lejos de arriesgar con un nuevo paradigma, Nintendo ha optado por reforzar el modelo de la Switch original, una consola que redefinió el mercado al combinar portabilidad con experiencia de sobremesa. La Switch 2 sigue ese mismo camino, introduciendo mejoras técnicas pero sin romper con la esencia de su predecesora.
Esta decisión no es menor: la primera Switch ha sido, hasta ahora, el hardware de sobremesa más exitoso en la historia de Nintendo, con más de 150 millones de unidades vendidas. Solo la mítica PlayStation 2 la supera en el ranking global de consolas más vendidas, según lo refiere Statista. En este contexto, no sorprende que Nintendo haya elegido la estabilidad antes que la innovación radical.
El ciclo de vida de las consolas, sin embargo, es inevitable. Aunque la Switch todavía tiene margen como opción económica dentro del catálogo, su curva de ventas ya ha entrado en fase descendente. Para el año fiscal que termina en marzo de 2026, la compañía proyecta vender 4,5 millones de unidades del modelo original. La meta no declarada: exprimir al máximo su legado y, si es posible, cerrar con un récord histórico.
La llegada de la Switch 2 marca así una nueva etapa de consolidación para Nintendo. En lugar de intentar reinventarse con cada generación, la empresa parece haber encontrado un camino sólido y rentable: evolucionar sobre su propia fórmula ganadora.