
En la actualidad, criar a un hijo implica enfrentarse a retos que hace apenas unas décadas eran impensables. Entre ellos, uno de los más complejos es decidir cómo y cuándo permitir el acceso a la tecnología. Más allá del simple “tiempo frente a la pantalla”, los padres se ven obligados a tomar decisiones cruciales en torno a qué plataformas, aplicaciones y contenidos son adecuados para sus hijos, sabiendo que muchas de estas herramientas, aunque útiles, también pueden volverse dañinas si se usan sin supervisión.
La gráfica de hoy nos recuerda que la tecnología no es en sí el problema, sino cómo se gestiona su uso en las etapas formativas.
Un reciente estudio realizado por The Harris Poll, señala un dato revelador: una gran cantidad de padres no solo están preocupados por el uso actual de la tecnología en la vida de sus hijos, sino que incluso desearía que algunas de estas herramientas nunca hubieran existido. No se trata de una oposición total a lo digital, sino del reconocimiento de que el acceso temprano e incontrolado a ciertos espacios virtuales puede tener consecuencias en el desarrollo emocional, cognitivo y social de los menores.
De hecho, el 71 % de los padres encuestados señalaron que desearían que el contenido para adultos en línea nunca hubiera sido inventada, posicionándola como el mayor riesgo percibido para la infancia. Le siguen las redes sociales, que aunque pueden ser espacios de expresión y aprendizaje, también son campos fértiles para el acoso, la comparación social, la desinformación y la pérdida de autoestima. TikTok y X (antes Twitter) encabezan esta lista de plataformas que los padres quisieran eliminar del mapa, seguidas de cerca por Instagram, que ha sido señalada en múltiples estudios por su impacto en la salud mental adolescente.
Este escenario refleja una contradicción silenciosa que enfrentan miles de hogares: padres que crecieron en un entorno analógico tratando de criar a hijos digitales. Sin referentes claros y con una curva de aprendizaje impuesta por la velocidad tecnológica, muchos se sienten desbordados, sin saber si están tomando las decisiones correctas.
Pero más allá del rechazo o el miedo, surge otra perspectiva necesaria: la oportunidad de formar usuarios digitales conscientes desde la infancia. La solución no está necesariamente en prohibir, sino en acompañar. Enseñar a los niños a cuestionar lo que ven, a establecer límites, a buscar contenido de calidad y, sobre todo, a entender que su valor no se define por likes ni seguidores.
En este proceso, la empatía, la escucha activa y la conversación abierta con los hijos pueden ser herramientas tan poderosas como cualquier control parental.