
Mientras miles de campañas promueven dejar el cigarro, Marlboro continúa ganando terreno en el mercado global. De hecho, la firma de análisis Brand Finance reveló que en 2024 la marca alcanzó un valor estimado de 32,555 millones de dólares, superando por amplio margen a competidores como L&M (6,197 millones), Pall Mall (5,925 millones), Iqos (3,498 millones) y Camel (3,018 millones).
Y es que, es un hecho que, la industria tabacalera, sin embargo, continúa creciendo a pesar de los esfuerzos globales por reducir su consumo.
Buena parte de su fuerza actual reside en la capacidad de reconversión. Marcas como Iqos demuestran cómo el negocio ha virado hacia productos “alternativos”, como dispositivos electrónicos o tabaco calentado, bajo una narrativa de menor daño. Estas nuevas presentaciones, lejos de reducir el impacto del tabaquismo, han abierto nuevas puertas entre consumidores jóvenes, muchas veces atraídos por el diseño, el discurso moderno y la presencia en redes sociales.
Según la Organización Panamericana de la Salud, unos 37 millones de adolescentes entre 13 y 15 años ya consumen tabaco. La exposición a contenidos que promueven estos productos entre ellos bolsas de nicotina o cigarrillos electrónicos supera los 3,400 millones de visualizaciones en plataformas digitales.
Pese a las restricciones impuestas en muchos países como la prohibición de publicidad, los empaques neutros y los impuestos al tabaco, las compañías han logrado mantener su rentabilidad adaptándose al mercado. Una de las estrategias más agresivas ha sido la diversificación hacia productos como los cigarrillos electrónicos, las bolsas de nicotina y los dispositivos de tabaco calentado.
Mientras las ganancias se cuentan en miles de millones, las consecuencias se miden en enfermedades respiratorias, cardiovasculares y muertes prevenibles. La paradoja está sobre la mesa: el valor de marca no siempre camina de la mano con el bienestar colectivo.