
En medio del auge de la automatización, no todos los trabajos están en riesgo de desaparecer. Mientras la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados en sectores como el análisis de datos, la redacción automatizada o la atención al cliente, hay profesiones que, por su naturaleza humana e impredecible, se mantienen como bastiones difíciles de reemplazar.
Según datos de Esquimoz, los técnicos médicos de emergencia, trabajadores sociales, abogados, gerentes del sector salud, supervisores de obras y especialistas en mantenimiento figuran entre los menos expuestos a ser sustituidos por algoritmos. ¿El común denominador? Estos roles exigen juicio humano, respuestas ante situaciones críticas, empatía y, en muchos casos, trabajo físico y presencial o coordinación en tiempo real.
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Más allá de la dicotomía “empleos que desaparecen” vs. “empleos que se salvan”, esta tendencia revela una revalorización de las habilidades humanas que la IA aún no puede imitar: el contacto directo, la toma de decisiones bajo presión y la capacidad de lidiar con matices emocionales o contextos cambiantes.
La inteligencia artificial es capaz de realizar tareas repetitivas o basadas en patrones, pero aún carece de intuición, de comprensión profunda del contexto social y, sobre todo, de sensibilidad humana. Por ejemplo, un técnico de emergencias no solo aplica conocimientos médicos, también debe calmar a pacientes, actuar bajo presión y tomar decisiones rápidas en escenarios cambiantes. Algo similar ocurre con los trabajadores sociales, quienes deben generar confianza, interpretar emociones y acompañar procesos personales complejos.
Incluso en sectores como la construcción o el mantenimiento, la ejecución de tareas físicas con precisión, la adaptación al entorno y la supervisión de personas siguen requiriendo habilidades que la tecnología todavía no logra replicar con eficacia.
En lugar de temerle a la IA, estos hallazgos pueden servir como una guía para reorientar carreras y políticas de capacitación. A medida que el mercado laboral evoluciona, las habilidades blandas, el pensamiento crítico, la empatía y la adaptabilidad emergen como activos clave para los empleos del futuro.
En conclusión, no se trata solo de qué trabajos sobrevivirán, sino de cómo las capacidades humanas seguirán marcando la diferencia en un mundo cada vez más automatizado.
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