
En México, tener hijos ya no es una decisión que se tome únicamente con el corazón, sino también y cada vez más con la calculadora en mano. Una nueva encuesta realizada por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) revela que los factores económicos son los principales responsables de que miles de personas en el país pospongan o renuncien definitivamente a la idea de formar una familia numerosa.
Entre costos de vivienda que no dejan de subir, empleos con sueldos estancados y servicios básicos como guarderías que siguen siendo inaccesibles para muchos, el sueño de tener hijos se vuelve cada vez más lejano. En un país donde el salario mínimo apenas alcanza para lo esencial, criar a un niño se percibe como un lujo más que una meta familiar.
A pesar de que esta tendencia se repite a nivel mundial en países tan distintos como Alemania, India o Corea del Sur, el caso mexicano llama la atención por su doble carga: además de los retos financieros, hay una creciente incertidumbre sobre el futuro económico, social y ambiental del país. Esta preocupación por lo que les espera a las próximas generaciones también influye en la decisión de no tener descendencia, especialmente entre los jóvenes urbanos.
La encuesta también arroja otro dato revelador: muchas personas desearían tener más hijos, pero simplemente no pueden costearlo. Es decir, no se trata de una falta de deseo, sino de una falta de condiciones. Así, la maternidad y la paternidad se convierten, más que en decisiones personales, en privilegios económicos.
Esta tendencia no solo refleja una transformación cultural, sino que también lanza una advertencia clara a los gobiernos: si quieren revertir la baja en las tasas de natalidad, deberán empezar por garantizar condiciones de vida dignas. Porque, hoy por hoy, en México como en muchos otros países, tener hijos se ha vuelto un acto de fe y de finanzas.
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