La alimentación saludable se ha convertido en un privilegio más que en una opción accesible para millones de personas en el mundo. Así lo revela la Gráfica del Día, donde en el informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), reveló nuevos cálculos sobre los costos reales de mantener una dieta equilibrada.
Y es que los datos son claros, ya que en 2021, las verduras costaban en promedio nueve veces más que los alimentos básicos ricos en almidón —como arroz, pan o papas—. Las frutas y los alimentos de origen animal resultaban 5.8 veces más caros en comparación con esas mismas calorías provenientes de granos básicos. El panorama se agrava con los ultraprocesados: dulces, snacks y productos industrializados ofrecen las mismas calorías a apenas 2.7 veces el costo de los básicos, consolidándose como la opción más accesible para familias con presupuestos limitados.
En contraste, la investigación destaca como las legumbres, frutos secos y semillas —fuente de proteína y fibra— representan una alternativa relativamente accesible: solo 1.8 veces más caras que los alimentos básicos ricos en almidón. Aun así, la balanza se inclina hacia opciones menos nutritivas, más baratas y de fácil acceso.
Un problema que trasciende la pandemia
La crisis de precios en la alimentación no es un fenómeno aislado. La pandemia de COVID-19 primero y la guerra en Ucrania después, desarticularon cadenas de suministro globales y elevaron los costos de los alimentos. Aunque la inflación alimentaria se ha moderado, el golpe persiste: la inseguridad alimentaria ya no se limita a la falta de comida, sino también a la incapacidad de costear una dieta saludable y equilibrada.
Según estimaciones de la FAO, más de 3 mil 100 millones de personas en el mundo no pueden permitirse una dieta saludable. En regiones de bajos ingresos, este obstáculo alimenticio tiene consecuencias directas en la malnutrición infantil, el aumento de enfermedades crónicas y la pérdida de productividad laboral.
El dilema no es solo nutricional, sino económico. Estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) señalan que las dietas deficientes están detrás de enfermedades crónicas no transmisibles —como diabetes y enfermedades cardiovasculares—, que representan hasta el 70 por ciento de las muertes globales. Para los gobiernos, esto significa un aumento en el gasto en salud pública y una presión añadida sobre sistemas ya saturados.
Por otro lado, la industria alimentaria enfrenta un doble reto: responder a la demanda de productos accesibles sin renunciar a la calidad nutricional. La paradoja es evidente: los ultraprocesados, con menor valor nutricional, siguen siendo la mejor ecuación costo-caloría para los consumidores.
Y es así como el reto es monumental: garantizar que las frutas, verduras y proteínas de calidad no se queden en las góndolas premium de supermercados, sino que lleguen a la mesa de todas las familias. Mientras tanto, el costo de comer sano sigue siendo un recordatorio incómodo de la desigualdad global.
Ahora lee:
¿Estás interesado en invertir en una propiedad? RE/MAX te cuenta cómo elegir la mejor opción
CONFIRMADO Walmart regresa a El Buen Fin en 2025
Al estilo Stanley, Tim Hortons apuesta por termos coleccionables