En América Latina, pedir un cappuccino no solo es un placer cotidiano, también puede ser una pequeña ventana a la realidad económica de cada país. Aunque esta bebida con raíces italianas, una mezcla equilibrada de espresso, leche caliente y espuma es cada vez más popular entre quienes buscan una pausa reconfortante, su precio varía significativamente en la región y dice mucho más que solo el valor de un café.
De acuerdo con una investigación de Numbeo, Montevideo, por ejemplo, disfrutar de un cappuccino en una cafetería puede costar alrededor de 4.10 dólares estadounidenses, convirtiendo a Uruguay en uno de los países con el cappuccino más caro de Latinoamérica. Este valor contrasta fuertemente con el de Colombia, una nación tradicionalmente cafetera, donde el mismo producto ronda los 1.58 dólares, el precio más bajo entre los países analizados.
Estas diferencias no solo reflejan la inflación o el poder adquisitivo, sino también la evolución del consumo de café como una experiencia ligada a lo gourmet, al turismo o al estatus social. En países como México y Argentina, el precio se sitúa apenas por encima de los tres dólares, un punto medio que muestra una combinación entre tradición y sofisticación urbana.
La expansión de cadenas internacionales, la moda del “coffee to go” y el auge de cafeterías de especialidad han reconfigurado el panorama. Hoy, tomar un cappuccino puede implicar desde una taza de diseño con arte latte hasta un vaso desechable con nombre mal escrito. En cualquiera de sus formas, el precio suele incluir mucho más que la bebida: ambiente, ubicación y, a menudo, wifi gratuito.
Pero hay algo más profundo: en un continente donde muchas veces se vive al día, pagar el equivalente a más de cuatro dólares por una bebida implica decisiones conscientes y revela hábitos de consumo de ciertas capas sociales. Mientras tanto, en ciudades más pequeñas o en regiones con menor acceso a cafeterías especializadas, el cappuccino sigue siendo un lujo eventual o, simplemente, una palabra extraña en el menú.
Así, detrás de la espuma y el aroma del café, se esconden matices económicos y culturales. Porque en Latinoamérica, el cappuccino no solo se bebe, también se interpreta: como una señal de globalización, una expresión de clase media emergente o un gusto adquirido con sabor a importación. Y aunque todos llevan la misma receta básica, su valor revela una realidad muy distinta según dónde y cómo se sirva.
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