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El festival que era un juego

Mi primera vez en Cannes fue allá lejos en el tiempo, a finales de los noventa y a principios de los años 2000.

La ilusión era mucha, tanta como los nervios de encontrarme al mundo grande de la publicidad, la gran liga de la industria estaba finalmente ante mis ojos, al alcance de mi mano, al menos mucho más de cerca que hace algunas horas atrás.

Todo nuevo, todo desconocido, todo sorprendente y hasta mágico.

La primera parada del viaje fue en el aeropuerto Charles de Gaulle de París, al llegar a la sala de embarque para tomar la conexión a Niza comienzo a ver caras conocidas, esperando el momento de abordar el vuelo ojeando alguna revista o periódico en papel, recuerdo como si fuera hoy la “emoción” de comprar el periódico deportivo L´Equipe con Zinedine Zidane en la portada, una publicación dedicada exclusivamente al deporte europeo y global, hoy vivimos en un mundo de las especializaciones, hace 25 años era la novedad ver un medio solo dedicado a los deportes.

Me parece que fue hace miles de años porque hoy ver una foto, video o leer una nota con el mismo Zidane es sin duda mucho más fácil.
El crack francés nos visita en TikTok o Instagram por unos segundos tantas veces en un día que llegamos a sentirnos tan cercanos a él como si fuéramos amigos de la cuadra allá en su Marsella natal.

En esa época uno llegaba a los destinos casi qué a ciegas, alguna información recabada acá y allá luego de hurgar bastante dependiendo del grado de curiosidad de cada quien, algún tip de alguien conocido pero no mucho más.

Hoy es distinto a tal punto que en determinados viajes uno puede llegar a sentir que ya ha visitado el lugar.
La tecnología hace su parte y lo nuevo, lejano y desconocido ya no lo es tanto, las cosas y los lugares se nos acercaron con los años.

Hoy ya vimos todo, ya estudiamos mucho, ya conocemos a los protagonistas, ya disfrutamos entrevistas y ya nos dejamos de asombrar antes de tiempo, rápido y sin expectativas porque lo nuevo de hoy, mañana será viejo…quizá dentro de un rato sin temor a exagerar.

En aquellos días el asombro me visitaba a cada paso y en cada esquina de la Riviera francesa, veía pasar a los personajes que hacían lo mejor de la publicidad global, a los responsables de las grandes marcas, anunciantes y agencias se entremezclaban a lo largo y ancho de la famosa Croisette en el paseo a un lado del mar mediterraneo.

Hace 25 años mi asombro duraba mucho más tiempo que hoy.

Sentía que el creativo famoso que hizo aquella campaña aún más famosa en este lugar glamuroso caminaba a mi lado como uno más, también los directores de cine portando un gafete colgado al cuello idéntico al que yo portaba desde hace unas horas cuando me presenté en el módulo para convertirme por primera vez en un delegado oficial.

Primero vino la foto, el gafete con mi nombre y el de mi agencia, para finalmente recibir la bolsa oficial del festival con los primeros regalos dentro, que serían estudiados minuciosamente aquella primera noche al llegar exhausto al hotel en las afueras de la ciudad, luego de caminar kilómetros.

Encontrar conocidos era muy difícil, éramos pocos los que teníamos el privilegio de estar en el festival más importante del mundo, sumado a que yo llevaba poco tiempo en México y tampoco conocía tanto a los colegas locales.

Entonces no había más que caminar mucho y ver todo lo que los ojos podían absorber, si acaso sacar una foto con una camarita que con mucha suerte filmaba videos imposibles de compartir por su peso y calidad, todo en esa época era para uno mismo, no compartimos nada al instante, ni mucho menos seguíamos ni nos seguía nadie en redes sociales inexistentes.

Ver, conocer, aprender, entender y luego platicar en algún momento con alguien que se nos cruzara en las diferentes salas del Palacio de Festivales y Congresos de Cannes.

El famoso Palais, mismo sitio que semanas antes había recibido a las celebridades del mundo del cine. Otro asombro fué pisar las mismas escaleras y hasta sentarme en las mismas butacas que los famosos de Hollywood…y esto no siempre es posible aún estando en el mismo sitio, porque al principio sin entender cómo ”funciona” el evento me encontré con los primeros tropiezos de mi novatada.

Con los días uno aprende que para entrar al Palais du Festival hay que llegar muy temprano, hacer una fila enorme y esperar horas al sol formado mientras los demás mortales no publicistas de este mundo se bañan en el mar mediterraneo de aguas color turquesa, mientras otros muchos se pasean en trajes de baño recorriendo a pie, en bici o autos increíbles las callecitas repletas de sitios hermosos.

La gran pantalla nos recibe, entra el famoso maestro de ceremonia, a un lado y delante lucen los brillosos premios de color dorado esperando a que los ganadores de la primer noche de premiación los levanten y besen como si fueran la copa del mundial de futbol de la FIFA.

Subir esa pequeña escalera que separa a los espectadores de los ganadores es un momento único y que algún día más adelante les contaré, porque esta profesión también me regaló esa hermosa posibilidad.

Es muy diferente estar sentado en ese lugar si uno va a ver solo trabajo o si uno está compitiendo con piezas o campañas propias, las buenas noticias seguro ya llegaron horas antes o quizá días por las filtraciones propias del evento, pero la emoción es igual de sorprendente.

Cuando apareció en la gran pantalla la lista de bronces de los primeros ganadores mi concentración era absoluta, pasó tan rápidamente aquella noche que apenas pude leer los créditos, no figuró mi agencia en aquella ocasión…esa no tan buena noticia ya la sabía de los chismes de la tarde entre colegas pero siempre quedaba la posibilidad de que “el” chisme no fuera tan certero, las fuentes y contactos no eran ni por asomo las que puedo tener hoy luego de casi treinta años de festival de Cannes.

Esa fue mi primera vez, pocos entries propios y la ilusión de un premio moría ya en la primera noche, quedaba el resto de la semana para seguir aprendiendo y creciendo, quedaba un año por delante desde ese momento para trabajar duro y regresar con nuevas ideas a competir contra los mejores.

Y volvería al año siguiente y a los otros siguientes con la misma ilusión que aquella primera vez.

En las sucesivas ediciones aprendí que había que alojarse más cerca del Palais, caminar menos para no perder tiempo y disfrutar más del festival, aprendí a “leer” el festival, aprendí a que no bastaba con hacer un gran trabajo, aprendí que había que conocer de las ediciones anteriores, aprendí que al momento de inscribir no daba lo mismo el día o el momento, la categoría o la subcategoría, aprendí que un jurado de Japón no era lo mismo que uno de Brasil, Colombia o Alemania por citar a algunos, aprendí que aquello no era solo el mejor festival de publicidad del mundo, supe en algún momento de todos estos años que aquello también era un juego y había que aprender a jugarlo.

Pasaron los años y a medida que iba asistiendo, el festival me iba retribuyendo con tristezas y algunas alegrías, y digo retribuyendo aún con las tristezas porque a cada edición, uno siempre viaja a Cannes a aprender.

También sentía que al mismo tiempo la cosa se iba sofisticando, no es para nada el mismo esfuerzo lograr tener un short list que ganar un metal, y ni que hablar de lo que sucede de ahí en más, cada bronce se pelea, cada plata se lucha y cada oro se conquista con una guerra de por medio.

Recuerdo la primera vez que entré a la muestra de Press & Poster, ahí estaba solito caminando viendo las maravillosas piezas con lo mejor a nivel pensamiento y ejecución, paso a paso y sin medir el tiempo me paraba a disfrutar y juzgar cada idea, siempre disfruté mucho ese lugar y siempre me gustó visitarlo en solitario y en absoluto silencio, temprano en la mañana me resultaba el mejor momento.

Mis inicios en el departamento de arte seguro tienen mucho que ver con esto que me generaba la muestra de anuncios de “print”, pero el hecho de no tener a nadie reaccionando a un lado, sin sentir estímulos más que la simple pieza enfrente a mi mirada me resultaba increíble, la pieza y yo con mi criterio, mano a mano.

Veía las piezas allí expuestas y las medía con una sensación muy conocida por cualquier ser humano, la envidia que provocaba en mi.

Tuve un gran jefe que un día me dijo: “cuando sientas que tienes una gran idea cuéntasela a algún colega que respetes y detente a mirar sus reacciones, si su cara es de envidia, eres propietario de una gran idea.”

Siempre lo aplico y es verdad que funciona en una gran cantidad de ocasiones.

Ni que hablar el día que me topé con mi primer finalista ahí colgado, una hermosas sensación de “pertenecer” a la élite de la publicidad mundial, aunque sea una expresión chiquita hasta ese momento, un finalista es un primer premio obtenido en Cannes Lions.

De estar solo recorriendo los salones a detenerme frente a mis trabajos y tratar de que alguien estuviera a mi lado, para escuchar comentarios sobre las ideas de mi agencia que allí estaban expuestas, cualquier palabra sirve, y si es un elogio mucho mejor todavía. Son las pequeñas recompensas no oficiales del festival de Cannes.

Pasando a las exhibiciones audiovisuales del Palais la sensación era otra, las reacciones de las “masas anónimas” de publicistas arropados en la oscuridad de las diferentes salas no perdona, chiflidos y abucheos frecuentemente se hacían sentir mucho más que los aplausos o halagos recibidos por las innumerables piezas allí mostradas. Yo siempre escogía ver la categoría de autos y de bebidas alcohólicas como primeras para luego pasear por las demás que a priori no prometían tanto, pero me equivocaba porque las grandes ideas venían de las menos pensadas de las categorías que en aquellos años ni por asomo son las que hoy tiene el festival, en número y cantidad de entries.

También las salas oscuras y con el aire acondicionado a tope eran y seguro son el reducto perfecto para más de una siesta reparadora de los días de trajín y de las noches de desenfreno del festival, gente de todas las nacionalidades inimaginables descansan mientras las piezas le van susurrando de fondo a oídos casi dormidos y cuerpos agotados.

Uno entra de día y cuando sale de estos lugares se depara la larga fila que ya está formada para acceder a la premiación que comienza en minutos, otra vez aprendiendo a medir los tiempos para aprovechar el festival.

La gala termina y es momento de caminar con un destino cierto en algún momento de la noche, luego de ir a la fiesta de tal o cual red, plataforma o casa productora es momento de pararse enfrente al hotel Martinez a ver y que lo vean, esa es la premisa de dicho sitio y que en esas épocas fungía como el lugar de repaso de la jornada o del año, si el encuentro era con un amigo o colega de esos que solo te cruzas en Cannes cada doce meses.

El hotel más famoso entre los publicistas es testigo de las más efervescentes alegrías y festejos, y de las más amargas noches de calenturas y decepciones festivaleras que alguien jamás se puede imaginar.

Ahí viví jornadas inolvidables y ahí mismo empecé a entender cómo se jugaba este juego, que tiene nombre de festival de cine para los no neófitos en la materia, y que nos convoca a cada fin de junio quitándonos el sueño durante 365 días del año, dependiendo la etapa de vida de cada quien, es recomendable sufrir cada tanto de ese insomnio maravilloso, para que el juego continúe y seamos cada vez mejores publicistas.

Por: Manolo Techera, Chief Creative Officer (CCO) & Partner en M&C Saatchi Chilanga

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