Disney anunció un nuevo aumento en las tarifas de su servicio de streaming Disney+ en Estados Unidos, en lo que representa el cuarto ajuste consecutivo desde 2022. A partir del 21 de octubre, el plan con publicidad pasará a costar 11.99 dólares mensuales, mientras que la versión premium sin anuncios llegará a 18.99 dólares, y la suscripción anual se elevará a 189.99 dólares. Los paquetes que incluyen Hulu y ESPN+ también experimentarán incrementos.
El movimiento llega en un momento complejo para la compañía, que recientemente enfrentó llamados a boicot tras la suspensión temporal de Jimmy Kimmel Live! en ABC. Desde su lanzamiento en noviembre de 2019, con un precio de 6.99 dólares, Disney+ ha multiplicado su costo como parte de una estrategia diseñada para alcanzar la rentabilidad en un negocio que en sus primeros años acumuló pérdidas millonarias. En 2024, su división digital logró por primera vez números positivos, lo que llevó a la empresa a reforzar la idea de que el alza de precios es indispensable para sostener su modelo.
Cómo impacta al consumidor
El impacto de esta decisión trasciende a los consumidores de Disney. La industria del streaming en su conjunto vive un proceso de maduración que se refleja en ajustes similares por parte de sus principales competidores. Netflix, Amazon Prime Video, Apple TV+ y Max han endurecido sus precios en la misma dirección, lo que ha incrementado la presión sobre los hogares estadounidenses, que ya destinan más de 60 dólares mensuales en promedio a estas plataformas. Ante este escenario, los usuarios han comenzado a desarrollar un comportamiento de rotación: cancelan y reactivan servicios dependiendo de los estrenos, lo que debilita la lealtad hacia una marca específica.
La estrategia de subir precios genera ingresos inmediatos, pero a la vez acelera la necesidad de consolidación en el sector. Cada vez son más frecuentes las especulaciones sobre fusiones y adquisiciones, en un intento por garantizar catálogos más robustos y diversificados que justifiquen las nuevas tarifas.
Para Disney, la apuesta se centra en el poder de sus franquicias y en la capacidad de su catálogo para retener a millones de suscriptores, aunque al mismo tiempo enfrenta el riesgo de que la polémica pública y el alza sostenida alimenten la percepción de que el streaming ha dejado de ser tan accesible como prometía en sus inicios.
El futuro del sector dependerá de un equilibrio delicado entre la necesidad de rentabilidad y la obligación de mantener la confianza del consumidor. Disney, con su nueva subida, se coloca en el centro de un debate que ya no es solo sobre contenidos, sino sobre cuánto está dispuesto a pagar el público para sostener un modelo que, en menos de una década, pasó de la promesa de democratizar el entretenimiento digital a convertirse en una competencia cada vez más costosa.
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