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Según Weber Shandwick, la reputación del CEO representa hasta el 45% de la reputación general de la empresa.
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Las redes sociales amplifican actos privados, transformando gestos cotidianos en escándalos públicos.
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El Edelman Trust Barometer 2023 señala que el 72% de las personas cree que los CEOs deben mantener una conducta ética también fuera del trabajo.

El puesto de CEO, alguna vez sinónimo de autoridad y prestigio, hoy enfrenta una vulnerabilidad inédita: la mirada implacable de las redes sociales. Lo que antes se resolvía en salas de juntas o quedaba en el terreno privado, ahora se ventila frente a millones de usuarios que no solo opinan, sino que viralizan, juzgan y etiquetan. El caso reciente del empresario polaco Piotr Szczerek, exhibido como el “villano del US Open” tras arrebatarle una gorra a un niño, reaviva la memoria del escándalo de Andy Byron, ex CEO de Astronomer, cuya vida personal se convirtió en el detonante de su salida de la compañía. Ambos episodios ilustran un fenómeno que va más allá de la anécdota: la transformación del rol de los líderes empresariales en la era del escrutinio digital.
Escándalos personales, consecuencias corporativas
El patrón se repite. Andy Byron, entonces CEO de Astronomer, protagonizó un episodio que marcó un antes y un después para su carrera. Durante un concierto de Coldplay, fue captado en una actitud afectuosa con una colega. Lo que parecía un momento trivial se volvió viral, alimentado por parodias, críticas y debates en línea sobre la ética de su comportamiento. La presión mediática terminó en su renuncia, dejando claro que la reputación del directivo ya no le pertenece solo a él, sino también a la empresa que representa.
Two of the most shameless CEO’s in the world right now👀 pic.twitter.com/zhAozIBPiL
— NO CONTEXT VIDEOS (@Viralvid_89) September 1, 2025
Ahoea, la escena se repite bajo otra perspectiva, y es el caso de Piotr Szczerek, CEO de Drogbruk, una empresa polaca de pavimentación aparece en videos arrebatándole una gorra a un niño en el US Open. La indignación fue inmediata. Usuarios lo bautizaron como el “villano del torneo”, cuestionaron su ética y comenzaron a asociar su acción no solo con él, sino con la empresa que dirige. Aunque el hecho no tiene relación con Drogbruk, la viralidad convirtió un acto aparentemente banal en una crisis reputacional de alcance global inmediato, incluso ante la viralidad, el CEO salió a responder que tomará acciones legales contra todo aquel que haga calumnias y comentarios ofensivos.
Este cambio revela una nueva realidad: las redes sociales han reducido la distancia entre lo público y lo privado. Lo que hace un CEO, incluso fuera del horario laboral, puede repercutir directamente en la percepción de su compañía.
El juicio digital como nuevo poder
Los CEOs ya no solo responden a juntas de accionistas o reguladores, también lo hacen ante millones de usuarios conectados. La viralidad es inmediata y el castigo, simbólico pero devastador: la cancelación, la burla, la pérdida de confianza. En este ecosistema, el comportamiento personal pesa tanto como los resultados financieros.
Las redes funcionan como tribunales informales que dictan sentencia sin esperar explicaciones. Szczerek intentó justificar su acción con frases como “la vida es por orden de llegada” y amenazó con demandar a quienes lo difamaran, pero esa postura solo alimentó la indignación digital. En contraste, el tenista Kamil Majchrzak supo leer el momento: buscó al niño afectado, le ofreció nuevas gorras y transformó la narrativa a su favor. El contraste entre ambos mostró que, en tiempos de crisis, la empatía y la transparencia valen más que la defensa rígida del ego corporativo.
Para los CEOs, esto significa un terreno minado. Cada interacción pública, cada gesto y cada palabra son susceptibles de convertirse en un caso viral. Y a diferencia de antes, cuando la reputación corporativa se construía con campañas estratégicas, hoy puede tambalearse por un solo video de 15 segundos.
El cargo más difícil de la era digital
Dirigir una empresa siempre ha implicado responsabilidades complejas: crecimiento, innovación, manejo de crisis económicas. Pero en la era digital, ser CEO es aún más difícil porque se exige encarnar la cultura y los valores de la marca en cada aspecto de la vida personal. No basta con liderar con resultados; hay que liderar también con coherencia moral frente a una audiencia global.
Este fenómeno no solo cuestiona la vida privada de los ejecutivos, sino que redefine la manera en que las empresas seleccionan y preparan a sus líderes. El riesgo reputacional ya no depende únicamente de prácticas de negocio, sino del comportamiento cotidiano de quienes están al frente. En este sentido, ser CEO se ha convertido en uno de los cargos más frágiles de la era digital, expuesto al escrutinio de millones que no distinguen entre la persona y la marca.
De Astronomer a Szczerek, los casos confirman una misma conclusión: las redes sociales han desplazado a los antiguos guardianes de la reputación. Hoy, cada ciudadano con un smartphone es un observador, un crítico y, en cierta forma, un juez. Y en este nuevo panorama, los CEOs están más vulnerables que nunca.
De acuerdo con el Edelman Trust Barometer, el 62% de los encuestados globales considera que los CEOs deben ser modelos a seguir no solo en su entorno profesional, sino también en el personal, ya que reflejan los valores de la empresa que representan. Además, el 72% cree que los líderes empresariales tienen la responsabilidad de mantener una conducta ética incluso fuera del trabajo.
En paralelo, una encuesta realizada por Weber Shandwick en su estudio, reveló que la reputación del CEO representa hasta el 45% del valor de reputación general de una empresa. Es decir, lo que haga o diga el CEO tiene un impacto directo en cómo se percibe la marca en el mercado, ante inversionistas, consumidores y empleados.
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