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Las familias están divididas, ya que unos celebran la desconexión y otros lo consideran excesivo.
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Estudios de universidades como Stanford señalan vínculos entre el uso constante del celular y el aumento de la ansiedad, la distracción y la desconexión social.
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El 97% de los jóvenes entre 13 y 17 años en EE. UU. ya posee un smartphone, refiere Common Sense Census 2023.
Mientras en muchas escuelas del mundo el uso del celular aún genera debate, dos instituciones secundarias de Edimburgo han optado por prohibir por completo su presencia durante el horario escolar. Desde que los alumnos cruzan la puerta de entrada hasta que suena la campana de salida, los teléfonos quedan bloqueados en fundas especiales de la marca Yondr, las cuales son imposibles de abrir sin autorización del personal.
La medida, que abarca incluso recreos y horarios de comida, no busca castigar el uso de la tecnología, sino crear un entorno más enfocado, menos fragmentado por distracciones digitales. En lugar de mirar una pantalla, los estudiantes miran a sus compañeros; en vez de escribir mensajes, mantienen conversaciones reales.
Aunque la reacción de los padres ha sido mixta entre quienes celebran la reconexión humana y quienes temen la desconexión ante emergencias, los resultados iniciales han sido positivos: los docentes reportan mayor participación en clase, más atención sostenida y una notable mejora en la convivencia escolar. El aula recupera así su carácter de espacio colectivo, no individual.
📵 ASÍ OPERAN LAS PRIMERAS ESCUELAS SECUNDARIAS SIN CELULARES
😳En Edimburgo, dos escuelas secundarias comenzaron a aplicar una política que prohíbe el uso de celulares durante toda la jornada escolar. Al ingresar, los alumnos deben colocar sus teléfonos en fundas especiales de… pic.twitter.com/MGyYukmgz3
— Crónica (@cronica) May 14, 2025
Una idea emergente que impulsa este tipo de políticas es que el bienestar digital no solo implica educar en el uso consciente de la tecnología, sino también enseñar cuándo y por qué es necesario desconectarse.
Este experimento educativo plantea una pregunta clave para el futuro: ¿es posible reconfigurar la experiencia escolar en tiempos de hiperconectividad sin caer en la nostalgia ni en la represión? En Edimburgo, la respuesta parece pasar por un simple gesto: guardar el celular… y abrir la conversación.
Es innegable que, en la última década, el uso de teléfonos inteligentes entre adolescentes se ha disparado a nivel mundial. Según el informe Common Sense Census: Media Use by Tweens and Teens 2023, el 97% de los jóvenes entre 13 y 17 años en Estados Unidos ya cuenta con un smartphone, y en muchos países europeos la tendencia es similar. Estos dispositivos se han convertido en herramientas multifunción que acompañan a los estudiantes desde que se despiertan hasta que se acuestan: sirven para comunicarse, entretenerse, estudiar, consumir redes sociales e incluso como despertadores o calendarios.
Sin embargo, su presencia constante en las aulas ha generado preocupación entre educadores, psicólogos y familias. Diversos estudios, como los realizados por la Universidad de Stanford y la UNESCO, advierten que el uso excesivo del celular en contextos escolares puede afectar la concentración, aumentar los niveles de ansiedad y reducir la calidad de las interacciones sociales. En 2023, la UNESCO publicó un informe donde recomendó limitar el uso de teléfonos móviles en escuelas, señalando que su integración sin regulación clara puede “afectar negativamente el aprendizaje y el bienestar emocional de los estudiantes”.
A la par del crecimiento tecnológico, han surgido debates sobre cómo equilibrar la educación digital con la necesidad de espacios libres de distracciones. Países como Francia, Italia y China ya han implementado regulaciones que restringen el uso de celulares en escuelas públicas, mientras que otras naciones comienzan a explorar medidas menos punitivas y más estructuradas.
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