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En 2024, Taylor Swift fue la artista más escuchada en Spotify por segundo año consecutivo.
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De acuerdo con Morning Consult, más del 50% de consumidores dejaría de comprar en marcas si detecta apropiación cultural.
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La apropiación cultural es un tema sensible y recurrente en México y globalmente en la música y otras industrias creativas.
La reciente portada del álbum The Life of a Showgirl de Taylor Swift sigue dando mucho de qué hablar y ha generado un intenso debate cultural en México, retomando el tema siempre sensible de la apropiación cultural, lo vimos con la reciente controversia entre Adidas con su nuevo lanzamiento inspirado en Oaxaca, a los mexicanos no les gustó para nada este lanzamiento.
Es así que, tras la nueva revelación del álbum de Taylor, usuarios en redes sociales compararon la imagen con una emblemática fotografía de Dolores del Río, ícono del Cine de Oro mexicano y figura internacional de Hollywood. La similitud percibida entre la pose, el vestuario y la estética de ambas imágenes ha abierto la discusión sobre los límites entre la inspiración y la reproducción literal en la creación artística contemporánea.
Mientras algunos critican al equipo creativo de Swift por supuestamente replicar la icónica fotografía, otros consideran la comparación es exagerada, señalando que la cantante probablemente no conocía la obra de Del Río ni el contexto histórico del cine mexicano. Este debate refleja cómo los referentes culturales locales pueden reaparecer en la industria global del entretenimiento, incluso de manera incidental. Y es que en redes sociales ya existen múltiples publicaciones sobre esta comparación, donde se muestran diferentes puntos de vista.
Dolores del Río en Acapulco en los años 50 // La portada del nuevo álbum Taylor Swift, “The Life of a Showgirl”. pic.twitter.com/HSIdFj3i82
— edu baby 🎞️ (@eduardoavelarc) August 14, 2025
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Más allá de la polémica, el álbum de Swift ha sido valorado por su cuidado conceptual y su capacidad para cautivar a la audiencia. La cantante combina elementos visuales y narrativos que refuerzan su estilo único, generando un efecto cultural que trasciende fronteras.
En este sentido, la controversia no solo pone en evidencia la sensibilidad hacia el patrimonio cultural mexicano, sino que también demuestra la influencia de Taylor Swift como creadora capaz de provocar conversación y reflexión sobre arte, identidad y memoria cultural a nivel global.
Sí bien Taylor Swift explícitamente no está usando símbolos culturales que puedan causar un daño hacia alguien, la realidad es que la apropiación cultural en la industrial música ha sido un tema recurrente en las últimas décadas. Artistas de renombre han sido acusados por supuestamente apropiarse de elementos culturales de comunidades sin un entendimiento profundo o un reconocimiento adecuado. También figuras como Madonna, Gwen Stefani y Miley Cyrus han enfrentado críticas por incorporar estilos y símbolos de culturas afroamericanas, asiáticas o latinas en su estética y música sin un contexto cultural apropiado.
Estas prácticas han generado debates sobre los límites entre la inspiración artística y la explotación cultural. Mientras algunos defienden la libertad creativa y la globalización cultural, otros argumentan que estas acciones perpetúan estereotipos y despojan a las culturas originarias de su significado y valor.
Y es que, en el caso de Taylor, todas sus desiciones son realmente analizadas principalmente por los fanáticos, considerando que es una de las artistas más influyentes de la música. Desde sus inicios en la música country hasta su transición al pop, ha sabido reinventarse y conectar con audiencias de diferentes culturas. Su capacidad para contar historias personales y universales le ha permitido mantener una base de fans leal y expandir su influencia más allá de la música.
De hecho, su reciente gira no solo batió récords en taquilla, sino que también dejó un impacto económico en las localidades que visitó. Cada asistente destinó en promedio 40 dólares a la compra de mercancía oficial, lo que se tradujo en aproximadamente 440.8 millones de dólares solo por este concepto. Además, el flujo masivo de fans impulsó la economía local, beneficiando a hoteles, restaurantes y servicios de transporte, generando un efecto multiplicador que se sintió más allá del recinto del concierto.
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