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La Inteligencia Artificial (IA), sigue destacándose entre las tendencias de tecnología para los próximos años.
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Todas las generaciones ya la usan, aunque no siempre de forma consciente.
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El 91 % interactúa con ella en su vida diaria, pero solo el 55 % dice utilizarla “habitualmente”.

Hablar de inteligencia artificial (IA) ya no es solo una cuestión tecnológica, sino también cultural. La forma en que distintas generaciones se aproximan a la IA revela más sobre su relación con el cambio, la confianza y el consumo digital que sobre la herramienta en sí. Lo que para los más jóvenes es un espacio de experimentación y juego, para los mayores suele ser un terreno de cautela y pragmatismo. Así, la IA no solo divide a los usuarios por edad, sino también por las expectativas que cada grupo deposita en ella.
La discusión sobre la brecha generacional suele enfocarse en la adopción o el acceso, pero en el caso de la IA lo interesante es observar cómo se interpreta y para qué se usa. Mientras que los millennials y la generación Z ven en estas herramientas un aliado creativo y una extensión de su identidad digital, los baby boomers tienden a percibirla como una capa invisible que facilita la vida diaria, pero que no necesariamente debe ser nombrada, ya que muchas veces no la identifican como tal. En este choque de percepciones emerge un punto central: la IA no significa lo mismo para todos, aunque todos la utilicen.
Innovación VS funcionalidad
De acuerdo con el informe “The AI Tipping Point”, la Generación Z y los millennials crecieron en un entorno de inmediatez tecnológica. Para ellos, probar aplicaciones de IA generativa para planear un viaje o crear una ilustración no es un acto extraordinario, sino una prolongación natural de lo que ya hacen con otras plataformas. La inteligencia artificial, en este sentido, se convierte en un laboratorio de posibilidades: diseñar rutinas de ejercicio personalizadas, generar playlists, crear presentaciones o incluso experimentar con contenido artístico. La narrativa aquí es de control y creatividad: son ellos quienes deciden qué tanto llevarla al límite.
Por el contrario, la Generación X y los baby boomers se relacionan con la IA desde la funcionalidad práctica. La mayoría la usa sin reconocerla, en acciones como seguir las rutas sugeridas por una aplicación de mapas, desbloquear su teléfono con el rostro o recibir recomendaciones en plataformas de streaming. Para ellos, el valor no está en la novedad tecnológica, sino en la confianza de que algo funciona. Lo paradójico es que son justamente quienes más validan la información que obtienen: consultan buscadores tradicionales, fuentes expertas y redes sociales para asegurarse de que lo que dice la IA tiene respaldo humano.
Este contraste plantea una tensión interesante: los jóvenes exploran primero y corrigen después, mientras que los mayores validan primero y actúan después. Dos formas opuestas de aproximarse a una misma tecnología.
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El reto para las marcas y plataformas
Estas diferencias no son meramente anecdóticas; tienen un impacto directo en cómo las empresas diseñan estrategias para posicionar productos con IA. Para la Generación Z y los millennials, el término “inteligencia artificial” tiene un valor de mercado en sí mismo: funciona como un sello aspiracional que aumenta la disposición de compra. Más del 60 % de ellos asegura sentirse más atraído por productos que destacan estas funciones. En cambio, para los boomers y parte de la Generación X, la promesa de IA no es un incentivo de compra, e incluso puede generar desconfianza si no se traduce en una mejora clara en la experiencia.
Este doble escenario obliga a las marcas a comunicar de forma segmentada. Mientras que a los jóvenes se les puede hablar de experimentación, innovación y personalización, a los mayores se les debe transmitir seguridad, sencillez y confianza. La misma tecnología, pero dos narrativas distintas.
El panorama es todavía más complejo si consideramos que, en la práctica, todos terminan usando IA. Aunque solo el 55 % de los consumidores afirma usarla habitualmente, más del 90 % interactúa con ella todos los días en diferentes plataformas. El problema no es de acceso, sino de percepción: quién reconoce a la IA como un actor presente en su vida y quién prefiere verla como una función silenciosa que “simplemente está ahí”.
Si algo deja claro esta brecha es que el futuro de la IA no dependerá únicamente de sus capacidades técnicas, sino de su habilidad para ganarse la confianza de públicos con expectativas distintas. Los jóvenes seguirán presionando para que la IA sea más abierta, creativa y visible; los mayores exigirán que sea más transparente, confiable y discreta. Ambas posturas obligan a la tecnología a evolucionar hacia un modelo que pueda ser, al mismo tiempo, disruptivo y seguro.
En esa convergencia está el verdadero reto. Porque, aunque hoy la IA se vive distinto según la edad, en unos años dejará de importar si uno pertenece a la generación Z o a los baby boomers: la inteligencia artificial se convertirá en un lenguaje común, tan natural como usar internet o el correo electrónico. Y entonces, más que hablar de brechas generacionales, hablaremos de cómo una misma herramienta logró unificar formas de vida que antes parecían irreconciliables.
Y es que el entusiasmo que generaron los chatbots inteligentes desde finales de 2022 marcó un punto de inflexión. ChatGPT, por ejemplo, fue uno de los primeros acercamientos tangibles para el consumidor promedio a las capacidades de la IA generativa. Sin embargo, según un estudio de Statista Consumer Insights, el uso constante todavía es limitado: solo 3 de cada 10 adultos en Estados Unidos afirmaron haber usado ChatGPT o Meta AI entre agosto de 2023 y agosto de 2024.
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