Las autoridades estadounidenses han enviado advertencias formales a 14 países, amenazándolos con la imposición de aranceles de hasta un 40% si no renegocian acuerdos comerciales que resulten más favorables para Estados Unidos.
Entre los países que podrían verse más afectados están Laos y Myanmar, con amenazas de aranceles del 40%, seguidos por Camboya y Tailandia con un 36%, y Bangladesh y Serbia con un 35%. Otros como Malasia, Japón, Corea del Sur, Kazajistán y Túnez enfrentan posibles aranceles del 25%. Aunque algunos países han registrado pequeños ajustes en las tasas previas como incrementos de un punto porcentual para Japón y Malasia o reducciones para otros ocho países, el verdadero mensaje está en la postura intransigente que adopta Estados Unidos: o se pliegan a sus condiciones o enfrentarán consecuencias económicas.
Este tipo de maniobras tiene impactos que van más allá de las cifras. Los países señalados en su mayoría economías emergentes o dependientes de sus exportaciones hacia EE.UU. enfrentan ahora una presión que podría provocar desde cambios en sus políticas internas hasta la búsqueda acelerada de nuevos socios comerciales, especialmente en Asia y Europa. El mensaje también es claro para los grandes actores como China o la Unión Europea: la política comercial de Trump es impredecible, pero sigue un objetivo de supremacía económica.
Según datos del Office of the United States Trade Representative (USTR), en 2023 Estados Unidos mantuvo relaciones comerciales con más de 200 países, pero el 50% de su comercio exterior se concentra en apenas 15 naciones. La diversificación de sus socios no impide que la Casa Blanca seleccione objetivos específicos para enviar señales políticas, especialmente en un año electoral en el que el discurso del “America First” vuelve a tomar fuerza.
Es así que, el 1 de agosto no es solo una fecha límite; es un punto de inflexión para redefinir cómo Estados Unidos quiere relacionarse con el mundo económico.
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