No, por más que se quiera, no será normal. Andrés Manuel López Obrador dijo ayer que su gobernabilidad no está en duda. Difiero de esa aseveración. AMLO tiene una bomba de tiempo en las manos. El país no va bien por donde quiera que se mire. Y aunque evidentemente estamos enmarcados en un contexto internacional de incertidumbre, las acciones que ha tomado el tabasqueño distan mucho de la gobernabilidad de la que habla.
Casi todas las calificadoras han bajado sus pronósticos de crecimiento para México. El Inegi informó en abril pasado que el Producto Interno Bruto (PIB) cayó 2.4 por ciento anual en el primer trimestre, su mayor contracción en 11 años.
Pero la crisis no sólo se refleja en los números. Allá afuera, en la vida real, la delincuencia no conoce de cuarentenas. En los primeros cuatro meses del año se registraron 11 mil 535 asesinatos frente a los 11,266 homicidios del mismo período del año pasado, de acuerdo con datos preliminares de la Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana.
Una de las promesas de campaña de AMLO fue reducir la violencia de los grupos del crimen organizado. Los resultados todavía no se ven. Los homicidios llegaron a su máximo pico en 2019 e, incluso durante el confinamiento, han seguido disparándose. Y a eso habría que agregar el aumento de violencia de género. Según cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, las llamadas de emergencia hechas por mujeres han aumentado hasta en 52% durante la Jornada de Sana Distancia que implementó el gobierno desde el 15 de marzo pasado. Y aquí nuevamente fuimos testigos de la falta de sensibilidad (y sentido común) del presidente, quien aseguró que ese dato era falso.
No es extraño el desdén de AMLO hacia la equidad de género. Ya con el movimiento feminista nos dimos cuenta que el hombre que dirige el país tiene un nulo interés hacia las causas feministas. Ese mismo desdén es directamente proporcional a su costumbre de seguir culpando a los gobiernos anteriores de todas las crisis sociales, económicas y culturales por las que atraviesa México.
En materia de opinión pública, López Obrador va a la baja. De febrero a mayo de 2020, su popularidad cayó en 23 puntos, de acuerdo con una encuesta realizada por Enkoll hace un mes. Había empezado con un índice de aprobación del 67% y ahora está en 44%. En redes continúa la guerra entre sus seguidores y sus detractores, pero que no se nos olvide, Twitter sólo es un muestrario, una burbuja que no nos sirve para dimensionar qué sucede realmente en el país. Esa opinión pública es la que verdaderamente importa.
Quizás lo más preocupante sea qué sucederá en la llamada nueva normalidad. La recuperación económica será lenta y no tenemos buenos antecedentes con Pemex. ¿Volverá AMLO a encapricharse con sus proyectos o dará prioridad a lo que urge hoy: la recuperación del país? ¿Tomará acciones para que el progreso camine de la mano de la justicia social o seguirá en su narrativa polarizante para seguirse legitimando como el juarista que vino a salvar a México?
Hay muchas preguntas y pocas respuestas. Desde mi trinchera, las pequeñas y medianas empresas están en una situación crítica. Miles de negocios han cerrado debido a la pandemia y no se ve por dónde pueda recuperarse todo lo perdido. El poder adquisitivo de las familias ha bajado considerablemente y muchas empresas han optado por reestructurar sus plantillas laborales. Será complicado dinamizar al país. Ya el tiempo dirá qué tipo de normalidad nos espera.
