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Carlos Bonilla

¿Somos los mexicanos simuladores perpetuos?

Según la Real Academia de la Lengua Española, “simular” es representar o hacer creer algo que no es verdad con palabras, gestos o acciones; presentar una cosa haciendo que parezca real.

La simulación se puede definir como la actitud psíquica consciente y voluntaria donde se representa plásticamente un determinado evento mórbido con la intencionalidad y finalidad utilitaria de engañar a un tercero.

La simulación, entendida como el eje articulador de una serie de discursos que se enfocan principalmente en el quehacer público, pero también y, sobre todo, en un sentir colectivo que sirve para caracterizarnos a los mexicanos como “simuladores perpetuos”, como apunta Isaías Orozco en su libro “México: País de Simulaciones y Simuladores”.

En efecto, México es un país de simuladores a partir de la simulación cotidiana de la mayoría de los mexicanos. Este país está hecho de buenas intenciones, de conatos, de intentos, de ganas (pero no de auténticas ganas), de propósitos encomiables que se quedan en el papel y eso es bastante -y a veces nos sobra- para contentarnos. El mejor ejemplo de ello es la ley. La ley nos sirve para todo y para nada.

¿Queremos desaparecer la discriminación sexual? Ahí está la Ley de Igualdad entre mujeres y hombres, que sirve para dos cosas, porque las mujeres siguen ganando menos, teniendo menos oportunidades de empleo y en algunas partes del país continúan siendo vendidas como animales. ¿queremos que finalice el mal trato a las mujeres?  Tenemos leyes sobre el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia que, como la anterior, tampoco sirve para nada pues siguen siendo acosadas, agredidas, abusadas, violadas y golpeadas exactamente igual a como estaban antes de que se expidieran estas leyes. ¿Es hora de que se cuide y se proteja a los ancianos? Tenemos la ley de los derechos de las personas adultas mayores, la que, sin embargo, no ha sido capaz de impedir o siquiera frenar el ultraje a las personas de la tercera edad. 

El olvido que sufren de parientes y autoridades, las carencias que padecen, la miseria en que viven y mueren tantos de ellos. ¿Queremos un México, mejor? Para ello tenemos leyes que cuidan de nuestros niños y niñas, de los jóvenes, de los indígenas, de las personas con discapacidad, de que haya empleo para todos, de que prospere la cultura de la legalidad, de que se promueva el turismo, de que se fomente el deporte, entre otras muchas maravillas; y precisamente por eso, es que ya no ve niños y niñas, sobre todo indígenas, pidiendo limosna; ni hay “franeleros” ni “vienevienes”, ni indigentes, ni drogadictos, ni desempleados, ni políticos violando las leyes, ni parques sucios, ni canchas deportivas abandonadas. Por eso mismo, lo 50 millones de pobres son historia, el narco no prospera, México es el país más seguro del planeta y nos vamos a llevar la copa mundial de fútbol dentro de cuatro meses.

“Calificativos que sin exageración alguna, podemos considerar como una taxonomía tipológica o caracterológica, lo cual nos permite y facilita entender mejor, lo que bien podemos llamar, rasgos del carácter del “mexicano” y de la cultura nacional, tales como: seres dolientes y agraviados; extremadamente sensibles; temerosos, recelosos y susceptibles; “ladinos”, pasivos; indiferentes al cambio; pesimistas, resignados, temerosos, melancólicos, abúlicos, flojos, “güevones”; sentimentales, relajientos, desmadrozos, pelados, pachucos, léperos, mentirosos,  prole, cholos, barberos, malinchistas…”, dice Isaías Orozco.

En el contexto médico legal, la simulación y sus variantes (disimulación y sobresimulación) son situaciones que siempre debemos tener en cuenta. No es lo mismo cuando un enfermo llega ante un médico a buscar la solución de su problema, que cuando acude (o le llevan) ante un perito médico forense para ser evaluado y obtener, no salud, sino una serie de privilegios, ventajas o circunstancias que conlleva una ganancia y bienestar patrimonial o moral para dicha persona.

Existen diferentes formas de simulación, disimulación y sobresimulación, cuyos rasgos distintivos se sintetizan en:

  1. a) Actitud psíquica, que se caracteriza por una activa disposición mental cuya motivación radica en obtener un beneficio secundario a través del engaño.
  2. b) Consiente y voluntaria, en la cual el sujeto posee la capacidad psíquica para discernir y ejecutar un acto previamente elaborado y planificado.
  3. c) Intencionalidad y finalidad utilitaria de engañar, que es la actitud utilizada por el simulador para obtener un beneficio legal vinculado a su situación jurídica, engañando a un tercero utilizando como único instrumento el lenguaje verbal.

¿En cuál de las tres te anotas?

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