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José Manuel de Santiago Rivas

¿Qué harías si, después de un “test”, descubrieras que eres un androide?

Este acto por demás humano y un tanto Socrático no deja de colocar al hombre en el centro de la discusión, ser el cristal con que se mira, un tamizador por el cual “el todo” se pondera

Autos que aparcan en las azoteas de nuestras casas, exilios interplanetarios, un lugar en el que lo natural se sustituye por una racionalidad artificial y la deducción algorítmica. La carrera en la que algunos parecemos estar por saberlo todo, causado en gran parte por el abuso de lo que creemos saber y conocer, provocado un tanto por la  sobre exposición de todos los temas en todas las plataformas posibles, un lugar en el que todos sabemos todo, un extremo en el que nada escapa a la racionalización e inducción con base en lo singular del “yo”.

Una invitación a que otros racionalicen por nosotros, un empuje constante a que un sistema “X” o una opción “Y” presienta o intuya por nuestros emprendimientos, un exhorto a la empatía por el no saber y el no conocer, pareciera que cada propuesta por innovar tiene que ver con abandonar la “razón” y ceder ante el extremo en el que reposa lo “racional”, ¿quién no ha sentido ese temor profesional por equivocarse, por medir mal los alcances sobre de lo que decidimos o lo que no nos atrevemos a decidir? Imaginemos una recta y en uno de los extremos tenemos a la “fe” y en el otro el racionalismo, en esa recta y justo a la mitad habita la razón, esa cualidad única a la cual debemos revirar ante cualquier incertidumbre.

Con estas visiones futuristas, sucede que al paso del tiempo nos alcanzan y se van convirtiendo en pasados relativos. Un ejemplo de esto lo vemos en una de las novelas de ficción más elocuentes en este sentido: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? De Philip K. Dick escrita en 1968, y llevada al cine en 1982 por Rydley Scott con el título “Blade Runner”.  La historia se desenvuelve en la ciudad de San Francisco en el año 1992, las figuras con las que el autor traduce lo que imagina son extraordinarias; vehículos que vuelan y estacionan sobre de las casas y edificios de la ciudad, pequeños huertos en el  Roof garden,  mascotas tan extrañas, como ardillas, sapos, caballos y arañas, todas fabricadas a imagen y semejanza de sus predecesores naturales, que según la narrativa se encuentran a un paso  de la extinción.

Adicional a lo fantástico que va resultando la historia al avanzar dentro de esta, el escritor va sembrando pistas a sus lectores y con estas los va encaminando a lo que podría ser la columna vertebral del texto, la pugna entre lo real y lo no verdadero, androides que actúan y reaccionan a la ambientación como seres humanos, incluso estos personajes poseen la capacidad de recordar, de tal modo que resulta imposible identificarlos a la vista. Para la tarea de eliminarlos, el héroe del texto es un “Blade Runner” un especie de caza bonificaciones un “retirador” como se le etiqueta en la ficción, este perseguidor de réplicas humanas a diferencia de otros héroes solo cuenta con una herramienta para distinguir entre la multitud a estos seres. Lo hace mediante una prueba de empatía (test de Voigt-Kampff), lo que es de llamar la atención en un mundo tan adelantado tecnológicamente, no deja de ser algo en extremo creativo, ya que solo aplicando esta prueba y con base a las respuestas, va descubriendo uno a uno a los impostores.

Durante la lectura vamos figurando ese mundo distópico, pero en esencia vamos descubriendo como el autor siendo un creador de realidades y mundos paralelos, es incapaz de superar la naturaleza del hombre, y pudiendo contar con un “scanner” de alta tecnología, o cualquier otro invento disruptivo, hace que el protagonista utilice la entrevista como única herramienta para identificar a estos invasores.

Este acto por demás humano y un tanto Socrático no deja de colocar al hombre en el centro de la discusión, ser el cristal con que se mira, un tamizador por el cual “el todo” se pondera. En momentos como este en el cual el futuro parece alcanzarnos con la llegada, no de réplicas humanas (todavía), sí lo hizo con la invasión silenciosa de un bicho minúsculo y no resulta para nada extraño escuchar o participar en conversaciones que fruto de esta ambientación producen atmósferas de pesimismo. No olvidar que el 1992 descrito por  Philip K. Dick en su texto, dista casi en todo de la realidad actual sin contar que ya superamos 29 años más en relación al tiempo en el cual se desarrolló. Tenemos la responsabilidad en nuestros equipos de trabajo y familia, de ayudar a imaginar sobre de una base construida por “los hechos”, y disminuir casi a cero la tendencia a resolver lo que nos rodea desde la trinchera de lo particular.

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